Desde los tiempos de Cervantes muy poco ha cambiado en la consideración del escritor como productor artístico y en el reconocimiento de los derechos que genera su trabajo. La acción de los piratas «ilegales» y «legales» y la conculcación continuada de los derechos de autor ponen a los escritores profesionales en una total situación de indefensión económica y social.
Muchos estudios sobre El Quijote y su autor tienden a ocultar
o a acomodar aspectos de la biografía de Miguel de Cervantes a la genialidad de
su obra. Tales estudios surgen como una necesidad de darle al autor un perfil
heroico que sustituya al reconocimiento intelectual que se le negó en su
tiempo, independientemente de que, por ejemplo, cualquiera de sus Novelas ejemplares le hubieran servido
para ocupar un lugar destacado en el panteón literario universal, tal como él
lo apunta en el prólogo a las mismas cuando dice «a esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinación, y más
que me doy a entender (y es así) que yo soy el primero que he novelado en
lengua castellana».
Pero
Cervantes no era un par del estamento intelectual ni gozaba de las
prebendas de los hermanos Argensola ni de Lope de Vega, por ejemplo. Cervantes
no era un disidente, sino un excluido de la clase intelectual. Él deseaba su
reconocimiento como algo natural
debido a quien «planta alamedas», es decir, a quien se dedica al «ejercicio
honesto» de la creación literaria, para contar
con una base de sustento diario. Es en este marco de intenciones que deben
verse tanto sus intentos de lograr un favor real por sus servicios prestados
como soldado, incluso si es en Indias, como su pretensión de integrar la corte
de poetas del virrey de Nápoles.
Poco después de la primera edición de la primera
parte de El Quijote, tasado «cada pliego del dicho libro a tres
maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio
monta el dicho libro doscientos y noventa maravedís y medio», y como consecuencia del éxito obtenido se
hicieron nuevas ediciones legales en Madrid, Valencia y Lisboa y varias
ediciones piratas en Zaragoza y Lisboa. Como hoy, muchos editores se ganaban la
vida de mala manera amparándose en la clandestinidad, en la debilidad gremial
de
los autores, en las falencias de las leyes y en la
extendida y perdurable creencia de que el artista ha de trabajar por amor al
arte.
Cervantes nos informa en el prólogo a sus Novelas ejemplares cómo sus obras eran
pirateadas y escamoteados sus derechos de autor cuando dice que La Galatea, Don Quijote, Viaje al Parnaso
y otras obras «andan por ahí descarriadas
y quizá sin el nombre de su dueño». También nos habla por boca de don
Quijote y del escritor con quien éste entabla conversación en la imprenta de
Barcelona de las trapacerías de los editores y libreros. Cuando el dicho autor
le dice que él imprime por su cuenta sus libros, don Quijote exclama:
«- ¡Bien está vuesa merced en la cuenta! –respondió don Quijote-. Bien
parece que no sabe las entradas y salidas de los impresores, y las
correspondencias que hay unos á otros. Yo le prometo que cuando se vea cargado
de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y más
si el libro es un poco avieso y no nada picante.
- Pues ¿qué? –dijo el autor-. ¿quiere vuesa merced que se lo dé á un
librero, que me dé por el privilegio tres maravedís, y aun piensa que me hace
merced en dármelos? Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo;
que ya en él soy conocido por mis obras; provecho quiero; que sin él no vale un
cuatrín la buena fama» (II, Cap. LXII).
Entonces como hoy la situación del escritor
profesional apenas ha variado en esencia, ya que las formas del escamoteo de
los derechos de autor se han diversificado tanto entre los editores piratas
clandestinos como entre los editores que saben aprovecharse de las argucias
legales.