El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación y las redes sociales son los cauces por donde fluyen información y opinión, cuyos caudales torrentosos tienden a sembrar el caos antes que llevar serenidad y seguridad a las personas. La libertad a la que todo ciudadano tiene derecho no es una patente de corso para decir lo que se quiere sin la garantía del conocimiento y de la rectitud.
Al parecer fueron Platón y Aristóteles los primeros en
reflexionar sobre la noción de libertad
y desde entonces los filósofos no han dejado de hacerlo dejando tras sí dos
concepciones fundamentales. Una de ellas entiende la libertad como un derecho natural del ser humano y la otra
como una forma de no dominación, de
acuerdo con la cual una comunidad puede regirse sin interferencias de otras
comunidades y en cuyo seno los individuos obran acordes con leyes propias.
La primera es la que sustenta la tradición liberal,
que al interpretar la libertad como un derecho natural del individuo sostiene
que no cabe poner interferencias a su voluntad, de modo que las leyes deben favorecer
tal voluntad. Por su parte, la libertad de cuño republicano parte de la idea de
no dominación de unos individuos sobre otros, lo que viene a significar que la
libertad individual no existe en sí misma sino como expresión de la libertad
colectiva considerada como un todo.
Ahora bien, desde la Revolución industrial del siglo
XVIII, cuyos correlatos políticos fueron las Revoluciones estadounidense y
francesa, acabó imponiéndose la concepción liberal como sostén ideológico del
capitalismo. Por este camino se adoptaron principios del darwinismo social que
acepta las desigualdades sociales o el racismo para justificar el expansionismo,
primero colonial y luego imperialista. Es así que, en el contexto contemporáneo
dominado por la corriente liberal, la libertad política se plantea a partir de
la espacialidad determinada por el desarrollo económico y la hegemonía cultural
y política de una clase o de un Estado en detrimento de las virtudes cívicas y
de la justicia, las cuales son convertidas en mecanismos para incrementar los
beneficios de las grandes corporaciones o de los llamados “mercados”. Este
vaciamiento de las virtudes ciudadanas –amor al semejante, a la patria, respeto
a las leyes- está orientado a crear un
sistema de prácticas morales más adecuado a la moderna sociedad mercantil. Desde
esta perspectiva se observa cómo los derechos individuales, entre ellos los de
expresión u opinión, se degradan progresivamente minusvalorando otras virtudes,
como la prudencia, la responsabilidad, el respeto al otro.
Si a mediados del siglo pasado, la sociedad de control
–concepto acuñado por Michel Foucault- se valía para los propósitos del poder
de los medios de comunicación de masas utilizando lo que los filósofos de la
Escuela de Frankfurt llamaban “razón instrumental”, piedra angular de lo que
acabaría por llamarse “pos verdad”, entrado el siglo XXI, sumó a sus
herramientas instrumentales a millones de individuos, especialmente a través de
las redes sociales, que creen estar haciéndose oír y valer sus “derechos
naturales”.
En este marco de alienación individual, desorden
social, banalización del saber y desconocimiento del valor de la comunidad como
grupo humano, la razón y el pensamiento reflexivo han perdido terreno frente al
subjetivismo, la relatividad y, especialmente, la ignorancia. Sobre estos
pilares, las “percepciones” se anteponen a las experiencias científicas y a las
evidencias biológicas y geográficas. Desde tales “percepciones” se niegan la
degradación del clima y de los ecosistemas naturales, e incluso la esfericidad
de la Tierra o se afirma que los sexos del ser humano son “construcciones
culturales”.
Cualquiera, sin más saber que el procedente de su
“percepción”, opina, poniéndose por encima o a la altura de los
especialistas, sobre cualquier materia o
asunto, sean éstos de física cuántica,
medicina, fútbol, y hasta sobre la lengua que hablamos procurando “nuevos
lenguajes” que enuncien y representen las particularidades y las realidades
percibidas. Así, sin pudor, rigor ni responsabilidad, opiniones que no deberían
trascender los límites de una charla privada o discusión de bar son elevadas a
la categoría pública provocando réplicas dañinas que, al mismo tiempo que
degradan los derechos individuales, corrompen la libertad y socavan los
cimientos éticos de nuestra civilización también, en casos como el de la
pandemia del Covi19, ponen en peligro la vida de millones de personas.
Por todo esto es fundamental que la persona libre
desarrolle su lucidez y su inteligencia crítica y se haga preguntas simples,
propias de una mente libre, capaces de apartar de su pensamiento la
charlatanería de los irresponsables; preguntas que la rescaten de las sombras y
devuelvan la comunidad a la luz.