lunes, 26 de octubre de 2015

COLAPSO Y DERRUMBE DEL CAPITALISMO

La actual crisis -económica, política y cultural- mundial es el principal síntoma del agotamiento de una equívoca idea de la libertad sobre la que se construyó, desarrolló y proyectó la civilización capitalista occidental.

Lo que se ha dado en llamar "crisis económica mundial" no es  otra cosa que la aceleración del proceso de desintegración del capitalismo y con él el derrumbe de la civilización que se construyó sobre dicho sistema y sobre una equívoca noción de la libertad.
Así como la naturaleza mítica del pensamiento y las limitaciones de la ciencia y de los mecanismos productivos, y el agotamiento de los sistemas políticos medievales determinaron el fin del feudalismo, en el siglo XVIII, la Revolución Industrial y la Revolución francesa no sólo certificaron dicho fin liquidando el sistema artesanal de producción y el antiguo régimen, sino que impusieron las líneas político-morales del nuevo orden que regiría el mundo sobre la base doctrinaria liberal y un vertiginoso avance científico tecnológico.
Sobre las ruinas del sistema feudal se edificó el sistema capitalista que liberó a los siervos de la gleba del dominio del señor feudal convirtiéndolos en proletarios sujetos a través del salario a la soberanía del propietario de los medios de producción.  Estos profundos cambios en la mecánica productiva generaron grandes cupos de excedentes y activaron un comercio que pronto saturó los mercados nacionales e impulsaron una expansión que consagró el régimen colonial y provocó las tensiones en gran escala entre los Estados coloniales.
El hombre, que desde el humanismo renacentista había tomado conciencia de  su capacidad para dominar y modificar el mundo, reivindicó la libertad como motor del progreso de los pueblos y las naciones sin atender que la libertad individual sólo puede ser alcanzada y protegida en comunidad, tal como proclama la tradición republicana. No fue entonces la libertad otorgada por leyes libres dictadas por hombres libres en el marco de una comunidad libre, que vela por el bien común, sino aquella de tradición liberal sostenida en la idea de que la libertad es un derecho natural frente al cual nada puede oponerse.  Es decir, una libertad que consagra la ley del más fuerte y cuyo correlato se verifica en las nociones de "libertad de comercio" y "libre competencia" que legitiman la conversión de las sociedades en masas consumidoras y los territorios nacionales en mercados a conquistar por las grandes corporaciones que, en no pocos casos, sustituyen a los ejércitos.
Paralelamente, el romanticismo aportó la mística de esa libertad equívoca al resucitar al yo autista de los antiguos héroes en un mundo que tendía a la masificación. La emancipación de EE.UU. dio estatuto constitucional al Estado capitalista abanderado de la libertad y del individualismo liberal/romántico.
A lo largo de su historia, la falacia del capitalismo dio lugar a grandes y violentos espasmos, llamados "crisis cíclicas", algunas de las cuales desembocaron en terribles confrontaciones, como las dos guerras mundiales, y tensiones ideológicas que pusieron al mundo al borde de un conflicto nuclear. 
La desaparición de la URSS, en 1991, que algunos vieron como la gran victoria de capitalismo y con ella el nacimiento de una nueva era de paz y bienestar, en realidad puso de manifiesto la naturaleza falaz y depredadora del sistema y el carácter insolidario del individuo de una gleba sierva de los señores del capital. Sólo que esta vez, no habrá nadie que se salve como pueda. 
La brecha abierta entre materia y espíritu ha permitido la acelerada deshumanización de la ciencia, los excesos acumulativos y especulativos del capital y la perversión de las democracias parlamentarias, todo lo cual ha provocado no sin violencia el colapso y la ruina del capitalismo. Lo que estamos asistiendo es al fin de la civilización que se edificó sobre la ley del más fuerte y una falaz idea de libertad. Que esto suceda no significa, sin embargo, el fin del mundo, sino el dramático desmoronamiento de un sistema y el preludio de otro en el que, es de desear, el ser humano recupere su centralidad humana. El hombre del siglo XXI está obligado a repensar su historia y su conducta, liberarse del cepo que lo esclaviza y, como el homínido que se alzó sobre sus extremidades,  alzar la vista más allá del horizonte si quiere sobrevivir.

martes, 30 de junio de 2015

EN LA GRECIA DE TSIPRAS COMO EN EL CONGO DE LUMUMBA

Patrice Lumumba (1925-1961)

La actual crisis sistémica del capitalismo mundial se analiza habitualmente a partir de coordenadas económicas, como si éstas se hubiesen desarrollado mecánicamente al margen de las conductas y acciones humanas. Se olvida que en el origen de toda quiebra económica a gran escala subyacen las conductas individuales al margen de la ética de quienes controlan el poder.
Alexis Tsipras (1974)
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el mundo quedó dividido en dos grandes bloques ideológicos, cuyos centros de poder, al tiempo que trazaban sus propios mapas políticos interiores y en las zonas de influencia iniciaban una nueva y sorda lucha por la hegemonía planetaria que se dio en llamar Guerra fría y que se tradujo, entre otros hechos significativos, en el estado de bienestar occidental, en la carrera espacial y en guerras locales limitadas no sólo por el control ideológico-político de determinados países sino también y, sobre todo, por el aprovechamiento de las riquezas naturales de los mismos por parte de las empresas multinacionales capitalistas.
Mientras la América Latina se convertía en el "patio trasero" de EE.UU., Corea y el Sudeste asiático eran objeto de encarnizadas guerras de dominación entre el Occidente capitalista y el Oriente comunista, África era un territorio donde los cimientos del colonialismo europeo hacían prever -equivocadamente- un proceso emancipador más o menos controlado por el espíritu civilizador de los colonizadores. Sin embargo, no sucedió así.
En toda África, en este continente cuyo mapa político había surgido del arbitrio mercantilista de los colonizadores, surgieron líderes que reivindicaron sus naciones y la dignidad de sus pueblos a la hora de emanciparse y de construir cada uno de ellos sus futuros sin tutelajes foráneos. Tan insoportable rebeldía provocó la indignación de los colonizadores quienes se sintieron insultados por la ingratitud de los colonizados de rudos modales ante la posibilidad de perder sus privilegios blancos y dejar sus riquezas en manos negras. Riquezas -petróleo, minerales, caucho- y manos que habían sido claves para que Occidente ganara la Segunda Guerra Mundial.
El congoleño Patrice Lumumba fue uno de quienes se atrevió a denunciar las verdaderas condiciones de vida creadas por el colonialismo belga y esta denuncia no sólo no fue atendida sino que fue considerada brutal, propia de un hombre, como lo eran todos los líderes africanos, sin el refinamiento de los europeos. Y esto no sólo mereció su asesinato, ordenado por los servicios secretos occidentales, sino su humillación pública, con la complicidad de la prensa internacional, y el descuartizamiento e incineración de su cuerpo, tal como lo cuentan sus ejecutores, para dar ejemplo y escarmiento ante cualquier conato de rebelión.

El refinamiento occidental ha progresado  mucho desde entonces y ahora, ya sin el freno que representaba el desaparecido bloque soviético, su objetivo ya no se limita al dominio territorial y a la apropiación de las riquezas productivas de un país a través de guerras civiles, golpes de Estado, asesinatos políticos, sino al sometimiento democrático de la sociedad humana y la reducción de sus habitantes a la condición de siervos de la gleba.
La ficción de una Unión Europea como marco protector de un modo y un estado de vida superior mitificado por la civilización occidental y cristiana ha quedado desenmascarada una vez más con el tratamiento dado a Grecia. Los acreedores, no los gobiernos miembros de la UE, que se comportan como títeres del poder económico, protestan porque no se puede negociar con Alexis Tsipras, "por su grandilocuencia", del mismo modo que los hipócritas gobernantes occidentales se escandalizaban con los modos poco refinados de los líderes africanos. No gusta a esta gente que un líder político hable a su pueblo y hable en serio de dignidad y soberanía. Tanta es su furia -como esa furia mal digerida y de pandereta que en estos días muestra la derecha española- que ahora me pregunto ¿serán capaces los señores que controlan la economía mundial de matar a Alexis Tsipras, lo asesinarán como asesinaron a Patrice Lumumba o qué muerte le buscarán?


viernes, 27 de marzo de 2015

¿PENSAR EN EL LECTOR?

Ilustración de Iván Triay para "El mal de Q."

Plantear si se piensa o no en el lector a la hora de escribir es como plantear si vemos con los ojos. Toda escritura, en tanto manifestación gráfica del lenguaje hablado, es comunicación. Por lo tanto es imposible escribir para sí mismo. Ninguna escritura es autista. Siempre se escribe para un lector. Siempre se escribe para transmitir algo a otro. Aun las formas más herméticas se producen para ser interpretadas por los elegidos de mantener la ficción de lo secreto, la pervivencia de lo eléusico a través del tiempo. De aquí que toda escritura críptica siempre tenga su Rosetta. 

Leonardo da Vinci utilizaba la escritura especular con la pretensión de mantener el secreto de sus reflexiones o descubrimientos a sabiendas de que era un ingenioso obstáculo que requería cierta habilidad tanto para producirla como para leerla. Para Leonardo, su escritura especular era un recurso de disuasión para el simple o para el ladrón y al mismo tiempo un modo de conservación y transmisión del conocimiento que él había alcanzado.
De modo que todo el que escribe lo hace para transmitir un conocimiento y éste conocimiento es el que determina la clase de lector a quien va dirigido. Albert Einsten, al darle forma escrita a sus intuiciones acerca del tiempo y el espacio se preocupó primero en dejar constancia fidedigna de las mismas, consciente de que éstas sólo serían accesibles para un pequeño grupo de físicos. Fue más tarde cuando escribió una versión con la pretensión de ampliar el campo interpretativo, que tampoco sería de fácil acceso para la mayoría dada la complejidad de la materia tratada. Así, todo escrito, según la naturaleza, complejidad y hondura de lo que trata y transmite, exige para su interpretación un grado determinado de conocimiento y sensibilidad por parte de su lector.
El lector concebido como entidad genérica destinataria de la producción literaria, especialmente de las formas narrativas o líricas, es una ficción de la industria cultural. El lector como factor condicionante de la producción literaria que responde a una concepción utilitaria es un artificio correspondiente al plano mercantil, cuyo correlato es el  consumidor.
Desde esta perspectiva, la industria editorial para su beneficio requiere productores de fast books, libros de consumo rápido para satisfacer a esa masa de lectores adocenados a los cuales la dinámica mercantil ha conferido un rol protagónico. Estos autores/productores preocupados por lo que "pide el mercado", son quienes se preguntan por el lector con la pretensión de que éste sea la fuente de inspiración. Una pretensión que en realidad enmascara las pautas mercadotécnicas con las que edifica su producto. De esto se desprende que este tipo de autores naturalizados en el orden industrial no piensan en un lector emancipado para quien la lectura es, antes que un pasatiempo, un camino de crecimiento espiritual que incentiva su imaginación y su cultura, sino en un lector/cliente atento a la mesa de novedades de las librerías/mercado que activan las ventas de "sus" libros y lo entretienen en su tiempo de ocio..
Es así cómo el autor y el lector solidarios en la escritura y su lectura son reducidos a piezas necesarias del engranaje industrial en el marco del sistema capitalista. El "pensar en el lector" del autor asimilado a la industria editorial y a su aparato difusor equivale "al pensar en el gusto" del consumidor y según este gusto fabricar una literatura feble y epidérmica. La literatura sucedánea que el mercado vende como genuina en lugar de la despectivamente llamada "literatura literaria". Una literatura que requiere lectores comprometidos, capaces de interpretar, recrear y dar continuidad a los universos propuestos en las grandes obras. Es en esta clase de lectores en la que pensaban Cervantes, Shakespeare, Proust, Kafka, Faulkner, Borges y tantos otros autores de estirpe autónoma. 
La concepción liberal de la libertad, piedra angular del sistema capitalista y su consideración de la sociedad civil como un vasto mercado donde confluyen productores, mercaderes y consumidores, ha dado pábulo a la idea de que todos los individuos son iguales y que, por tanto, cualquiera puede generar obras artísticas o exigir que éstas sean accesibles a la mayoría. Sobre este error es que se celebra la ceremonia de la confusión. El arte y con él la literatura no son democráticos aunque respondan a las inquietudes comunes a los hombres o narren aproximaciones a la verdad de la condición humana y el mundo. Con este propósito, el creador consciente y responsable de su papel se ve impelido por las exigencias de su exploración a generar códigos únicos. Trazos, golpes, notas o palabras originales, que requieren destinatarios pares; destinatarios dotados de un conocimiento y de una sensibilidad apropiados para este tipo de lectura. Pero si este autor, tentado por el deseo de ser comprendido por todos o corrompido por su vanidad, apelara a un lenguaje menor y con él falseara la verdad de su relato se convierte en un impostor que engaña al lector menoscabando su inteligencia, especialmente la de aquel en quien pensaba y cuyo gusto ha seguido.  

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación...