Hay
tiempos, como estos que vivimos, en el que, por la acción de diversos agentes
corruptores, el pensamiento se ve perturbado y tal perturbación impide que la
gente piense con claridad y que tanto el habla como la escritura se tornen torpes
e incapaces de expresar lo que realmente se quiere decir y comunicar. Una de
estas torpezas es el llamado lenguaje inclusivo, el cual, según sus promotores,
pretende dar visibilidad a identidades “ocultas y marginadas por el orden
patriarcal”.
Si
bien las razones que se esgrimen para este propósito pueden considerarse
justas, la pretensión de cambiar el habla conculcando reglas gramaticales,
sintácticas, fonéticas, morfológicas, etc. básicas de la lengua con la que nos
comunicamos carecen de sentido en la medida que toda lengua es expresión del
pensamiento de una comunidad, pero de ninguna manera expresión de la necesidad
o exigencia de un individuo o grupo de individuos. La lengua no cambiará
mientras no cambie el pensamiento de la comunidad que la habla.
Se
dice que el llamado lenguaje inclusivo –en precisión habla, no lenguaje- es una
denuncia contra una lengua que no representa a la mitad de la humanidad y que
es fruto del sistema opresivo del orden patriarcal. Aceptemos esto como una
realidad y que el lenguaje inclusivo es un arma que los marginados utilizan
contra el opresor. Pero ¿es realmente un arma eficaz o es un arma de juguete?
Desde
una posición comprensiva cabe pensar que se trata de una ingenuidad, aunque
esta condición no le resta peligro en tanto responde a una doctrina altamente
reaccionaria impulsada, aunque sus promotores lo ignoren, desde los sectores
más conservadores del poder, que se vale del caos y de la ofuscación del
pensamiento de las masas.
Decir
que el lenguaje inclusivo es autoritario y totalitario es una exageración, pero
no es peregrino afirmar que es reaccionario. Ya en la década de los sesenta,
cuando la Guerra Fría alcanzó altos niveles de confrontación ideológica, desde
los centros de poder occidentales, especialmente desde los EE.UU., comenzaron a
verificarse serios intentos de manipulación de la realidad a través de los
medios de comunicación de masas, que aplicaban lo que los filósofos de la Escuela
de Frankfurt llamaron “razón instrumental”, según la cual el objetivo prevalece
sobre los medios para llegar a él. Como parte de esta manipulación de la
realidad y como uno de los recursos de ocultación de la extrema violencia que
generaba la confrontación ideológica, se impuso como fórmula “civilizada” de
conducta social lo que se dio en llamar “corrección política”. A partir de este
momento, el nombre de las cosas fue sustituido por eufemismos que vaciaron o
suavizaron sus significaciones, especialmente en aquellos que expresaban con
crudeza la brutalidad de la guerra ideológica que se libraba. La realidad del
mundo occidental debía aparecer idílica frente a la realidad del mundo
comunista. De este modo, la tortura fue equiparada a abuso o exceso, a la vejez
se le llamó tercera edad, a la ceguera, incapacidad visual, a las bandas
parapoliciales o paramilitares, grupos de tarea, a la dictadura, proceso, al
asesinato, retiro o jubilación, etc. al mismo tiempo que desaparecían del
vocabulario términos o expresiones como imperialismo, clase trabajadora, lucha
de clases y quedaban vacías de contenido palabras simbólicas como soberanía,
libertad, revolución, liberación…
Tan
brutal ataque supuso una extraordinaria conmoción en el modo de ver y pensar el
mundo y el lenguaje, que debía expresarlo, no salió inmune. La lengua quedó
desguarnecida y muchos, en su confusión, creyeron que en ella estaba el origen
de sus males. En consecuencia, grupos o colectivos que se sentían marginados de
la realidad enunciada, incapaces de ver o imaginar el verdadero camino para
concretar sus reivindicaciones o reclamar sus derechos a una sociedad más justa
y equitativa, se sumaron a los ataques contra la lengua impulsados desde el
poder dominante aumentando su fragmentación y, por tanto, la división de una
sociedad, ya excluida de la vida política por el lenguaje economicista, en
colectivos que hablan o pretenden hablar su propia jerga con pretensión de
lenguaje. Quiero decir que si no hay inclusión en los lenguajes academicistas,
economicistas, científico-tecnológicos tampoco la hay en el llamado lenguaje
inclusivo. ¿Qué pasaría si mañana también salen los flacos, los bajos, los
gordos, los calvos…reclamando su visibilidad en la lengua?
Este
lenguaje llamado inclusivo pasará como una frivolidad pequeñoburguesa, pero
mientras eso ocurre se habrán perdido muchas energías inútilmente en detrimento
de la clase trabajadora –hombres y mujeres- verdadera invisible de la jerigonza
del poder económico y político que hegemoniza nuestra realidad.