El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ya es famoso por sus salidas de tono. Su incontinencia verbal es tan grande como diminuto su cerebro. En sus palabras no hay la mínima huella de una reflexión y por ello tienen siempre el efecto de un vómito ofensivo. Berlusconi no es un ogro, es un inmoral indecente. Sus palabras relativas a los desaparecidos argentinos y los vuelos de la muerte son indignas en cualquier contexto. Lo que dijo, como un modo de defenderse de los ataques de la izquierda en una campaña electoral, no es una ironía como pretende sino una obscenidad que muchos de sus seguidores encontraron graciosa y rieron la broma del gran bufón. ¿Cómo es posible que un país donde la herencia griega se proyectó en la civilización occidental haya elegido a un individuo de esta calaña? La respuesta quizás no sea tan simple como la indignación nos llevaría a pensar, pero cualquiera sea habría que considerar que los mecanismos corruptores han hecho mella en gran parte de la conciencia social de los italianos, porque si no fuese así mañana mismo, quiero decir, en las próximas elecciones, mandarían a su payaso al último de los circos romanos en lugar de los inmigrantes que él envía a las fieras y donde su boca quede enmudecida con su propia miseria moral.
Cuando la conciencia estalla en los confines de la nada su explosión es un brillo fuera del mundo. (Nadadores de altura)
LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD
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