El cardenal primado de Toledo, Antonio Cañizares, declaró en un programa de TV3 que el aborto es más peligroso que la pederastia. El ejercicio del derecho del aborto significa, según él, matar legalmente a millones de vidas, mientras que resta importancia a los abusos sexuales de los que fueron objeto más de ¡35.000 niños! por parte de curas católicos irlandeses durante más de treinta años. Trinidad Jiménez, ministra de Sanidad, ha dicho que es «una irresponsabilidad» hacer esta comparación. Pero la señora ministra se queda corta, pues lo que ha dicho este individuo, descarado e indecente, es una inmoralidad fruto de la corrupción espiritual que corroe a la Iglesia católica. Este tipo despreciable que ha hecho estas declaraciones pasa por alto que el aborto es un derecho al que puede apelar la mujer, mientras que la pederastia es un delito que, además, deja profundas y traumáticas huellas sicológicas en quienes la sufren, es decir, niños indefensos sometidos a la autoridad de quienes deberían velar por su integridad espiritual y física.
Pero no debemos centrar nuestra repugnancia sólo en la persona (?) del cardenal primado. Él forma parte de una forma de entender la misión eclesiástica que distorsiona radicalmente el legado evangélico. La revista ultra católica Alfa y Omega, que se distribuye con el diario ABC, acaba de publicar un artículo firmado por su redactor jefe, Ricardo Benjumea, en el que hace una verdadera apología de la violación cuando afirma que «reducido el sexo a simple entretenimiento ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal?». Según este otro indecente, la consideración del sexo como expresión humana de placer y su desvinculación de su función reproductora y de su práctica en el seno del matrimonio determinan que la violación no pase de ser una simple agresión, como «obligar a alguien a divertirse».
Creo que la sociedad española, tras más de treinta años de democracia, ha madurado mucho, pero no lo suficiente para que los gobiernos socialistas se sientan lo debidamente apoyados como para erradicar la lacra integrista católica que sigue actuando como poder fáctico en los aledaños del Estado. Cuando esta célula maligna hace campaña pidiendo que los ciudadanos le den parte del dinero público marcando una cruz en la casilla de la renta o cuando compara un animal en peligro de extinción con un niño (del que algún cura en algún lugar abusará para satisfacer sus bajos instintos), la sociedad en su conjunto -incluidos los católicos de buena fe- debería expresar de una manera contundente y clara su repudio. No es posible ni admisible que aquellos que se autodenominan vicarios de Cristo, traicionen de este modo su elevado mensaje.
[Imagen, Antonio Cañizares - 20 Minutos] [Nota: No suelo utilizar ciertos adjetivos, salvo cuando la repugnancia se me hace insoportable]