Lingüistas alemanes sostienen que el castellano es en realidad un dialecto del catalán. El hecho de que haya palabras y expresiones catalanas que hayan pasado al castellano no habla de otra cosa que de la simbiosis existente entre las lenguas romances, es decir, las lenguas surgidas del latín, en su etapa formativa. Afirmar afirmar que una de estas lenguas es dialecto de otra es una tontería semejante a decir que un gemelo es padre del otro.
La revista Nature Geoscience informa que un grupo de científicos de la Universidad de Pensilvania ha descubierto en el Cratón de Pilbara, Australia, pruebas que fijan el origen de la vida 800 millones de años antes de lo que se creía. La cuestión viene a cuento no por la datación sino porque nos remite al principio, a ese instante del pasado cuando la identidad primigenia era una simple bacteria. Una vida unicelular que evolucionaría con tal potencial de diversidad que hasta daría lugar a una especie inteligente que acabó dominando el planeta. Esa especie inteligente, en el portentoso proceso de ocupación y adaptación del medio fue olvidando que su única identidad esencial era su condición humana y que en ese olvidar fue cuando se agrupó en clanes, tribus, reinos, naciones que se ignoraron o guerrearon por un espacio vital que podrían haber compartido.
Avanzado ya el siglo XXI, la especie que mira al cosmos con ojos colonizadores aún sigue sin reconocerse como única raza -la humana- y de aceptar que ocupa un mismo territorio, que es su patria y su nación, y que dicho territorio es este planeta que ha dado en llamar Tierra. Quiero decir que si nos miramos con los ojos abiertos comprenderemos qué pobre nos hace no ver más allá de nuestro inmediato horizonte. Qué poca cosa son las patrias, las naciones y cualquier orden de bandería.
La revista Nature Geoscience informa que un grupo de científicos de la Universidad de Pensilvania ha descubierto en el Cratón de Pilbara, Australia, pruebas que fijan el origen de la vida 800 millones de años antes de lo que se creía. La cuestión viene a cuento no por la datación sino porque nos remite al principio, a ese instante del pasado cuando la identidad primigenia era una simple bacteria. Una vida unicelular que evolucionaría con tal potencial de diversidad que hasta daría lugar a una especie inteligente que acabó dominando el planeta. Esa especie inteligente, en el portentoso proceso de ocupación y adaptación del medio fue olvidando que su única identidad esencial era su condición humana y que en ese olvidar fue cuando se agrupó en clanes, tribus, reinos, naciones que se ignoraron o guerrearon por un espacio vital que podrían haber compartido.
Avanzado ya el siglo XXI, la especie que mira al cosmos con ojos colonizadores aún sigue sin reconocerse como única raza -la humana- y de aceptar que ocupa un mismo territorio, que es su patria y su nación, y que dicho territorio es este planeta que ha dado en llamar Tierra. Quiero decir que si nos miramos con los ojos abiertos comprenderemos qué pobre nos hace no ver más allá de nuestro inmediato horizonte. Qué poca cosa son las patrias, las naciones y cualquier orden de bandería.