martes, 30 de octubre de 2018

¿ES INCLUSIVO EL LENGUAJE INCLUSIVO?



Hay tiempos, como estos que vivimos, en el que, por la acción de diversos agentes corruptores, el pensamiento se ve perturbado y tal perturbación impide que la gente piense con claridad y que tanto el habla como la escritura se tornen torpes e incapaces de expresar lo que realmente se quiere decir y comunicar. Una de estas torpezas es el llamado lenguaje inclusivo, el cual, según sus promotores, pretende dar visibilidad a identidades “ocultas y marginadas por el orden patriarcal”.

Si bien las razones que se esgrimen para este propósito pueden considerarse justas, la pretensión de cambiar el habla conculcando reglas gramaticales, sintácticas, fonéticas, morfológicas, etc. básicas de la lengua con la que nos comunicamos carecen de sentido en la medida que toda lengua es expresión del pensamiento de una comunidad, pero de ninguna manera expresión de la necesidad o exigencia de un individuo o grupo de individuos. La lengua no cambiará mientras no cambie el pensamiento de la comunidad que la habla.
Se dice que el llamado lenguaje inclusivo –en precisión habla, no lenguaje- es una denuncia contra una lengua que no representa a la mitad de la humanidad y que es fruto del sistema opresivo del orden patriarcal. Aceptemos esto como una realidad y que el lenguaje inclusivo es un arma que los marginados utilizan contra el opresor. Pero ¿es realmente un arma eficaz o es un arma de juguete?
Desde una posición comprensiva cabe pensar que se trata de una ingenuidad, aunque esta condición no le resta peligro en tanto responde a una doctrina altamente reaccionaria impulsada, aunque sus promotores lo ignoren, desde los sectores más conservadores del poder, que se vale del caos y de la ofuscación del pensamiento de las masas.
Decir que el lenguaje inclusivo es autoritario y totalitario es una exageración, pero no es peregrino afirmar que es reaccionario. Ya en la década de los sesenta, cuando la Guerra Fría alcanzó altos niveles de confrontación ideológica, desde los centros de poder occidentales, especialmente desde los EE.UU., comenzaron a verificarse serios intentos de manipulación de la realidad a través de los medios de comunicación de masas, que aplicaban lo que los filósofos de la Escuela de Frankfurt llamaron “razón instrumental”, según la cual el objetivo prevalece sobre los medios para llegar a él. Como parte de esta manipulación de la realidad y como uno de los recursos de ocultación de la extrema violencia que generaba la confrontación ideológica, se impuso como fórmula “civilizada” de conducta social lo que se dio en llamar “corrección política”. A partir de este momento, el nombre de las cosas fue sustituido por eufemismos que vaciaron o suavizaron sus significaciones, especialmente en aquellos que expresaban con crudeza la brutalidad de la guerra ideológica que se libraba. La realidad del mundo occidental debía aparecer idílica frente a la realidad del mundo comunista. De este modo, la tortura fue equiparada a abuso o exceso, a la vejez se le llamó tercera edad, a la ceguera, incapacidad visual, a las bandas parapoliciales o paramilitares, grupos de tarea, a la dictadura, proceso, al asesinato, retiro o jubilación, etc. al mismo tiempo que desaparecían del vocabulario términos o expresiones como imperialismo, clase trabajadora, lucha de clases y quedaban vacías de contenido palabras simbólicas como soberanía, libertad, revolución, liberación…
Tan brutal ataque supuso una extraordinaria conmoción en el modo de ver y pensar el mundo y el lenguaje, que debía expresarlo, no salió inmune. La lengua quedó desguarnecida y muchos, en su confusión, creyeron que en ella estaba el origen de sus males. En consecuencia, grupos o colectivos que se sentían marginados de la realidad enunciada, incapaces de ver o imaginar el verdadero camino para concretar sus reivindicaciones o reclamar sus derechos a una sociedad más justa y equitativa, se sumaron a los ataques contra la lengua impulsados desde el poder dominante aumentando su fragmentación y, por tanto, la división de una sociedad, ya excluida de la vida política por el lenguaje economicista, en colectivos que hablan o pretenden hablar su propia jerga con pretensión de lenguaje. Quiero decir que si no hay inclusión en los lenguajes academicistas, economicistas, científico-tecnológicos tampoco la hay en el llamado lenguaje inclusivo. ¿Qué pasaría si mañana también salen los flacos, los bajos, los gordos, los calvos…reclamando su visibilidad en la lengua?
Este lenguaje llamado inclusivo pasará como una frivolidad pequeñoburguesa, pero mientras eso ocurre se habrán perdido muchas energías inútilmente en detrimento de la clase trabajadora –hombres y mujeres- verdadera invisible de la jerigonza del poder económico y político que hegemoniza nuestra realidad.

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación...