jueves, 29 de mayo de 2008

Una deuda con Jeremiah Johnson


La escritura suele ser, entre otras cosas, un testimonio de deudas. Cada personaje, paisaje o música remite a un acreedor. A finales de 1972 o principios de 1973 escribí El día en que el pueblo reventó de angustia, un cuento que dio título al libro que publiqué en septiembre de ese mismo año y que señaló para mí el camino conceptual y estético de lo que sería mi obra en adelante. En este cuento, una caravana de gente que marcha al éxodo a través del desierto es atacada por una manada de perros cimarrones:
«...Los perros empiezan a gimotear con la cola entre las patas y se meten bajo los carretones. Las mulas y los burros rebuznan y se levantan sobre las patas traseras tirando coces al vacío. Todo se confunde en medio de ladridos, carreras de ovejas que buscan refugio, mujeres que se esconden en los carros, tintinear de ollas, corcovos y hombres que corremos sin saber para qué. [...] La cosa se nos viene encima con un tropel sordo y liviano que el remolino envuelve y mezcla con un fiero ladrar salvaje: cientos, miles de perros cimarrones son un cometa de estela marrón en su acometida habrienta. Lluvias de dentelladas y golpes enrojecidos caen sobre la caravana, mientras las ovejas balan heridas o caen despedazadas, volcando sus tripas en la erosión del suelo. Algunas mulas son desatadas de sus carretas y con tremendas patadas levantan perros, que rayan el espacio con sus aullidos...»
Ahora que Sidney Pollack ha muerto vuelvo a recordar que la escritura de esta escena debe mucho al impacto emocional que me causó esa secuencia en que una manada de lobos ataca al cazador y su mula en su hermosa e inolvidable Jeremiah Johnson, magníficamente interpretada por Robert Redford. Estas deudas no se pagan, pero se agradecen.

sábado, 24 de mayo de 2008

Un día Janis Joplin

Ante tanta miseria moral campeando por el mundo ¿qué más puedo decir sino repetir con ella Get it while you can?

El general Videla entre rejas

Norberto Oyarbide, juez federal de la República Argentina, ha ordenado la detención del general Jorge Rafael Videla, cabeza de la primera junta de la dictadura militar que aterrorizó y diezmó el país entre 1976 y 1983. El octogenario y sanguinario ex dictador, quien ya cumple arresto domiciliario por su participación en el Plan Cóndor y el robo de niños, ahora es acusado del secuestro de los empresarios Federico y Miguel Gutheim, presos entre 1976 y 1977. El secuestro no tuvo motivación política, sino extorsiva. Se procuraba que la empresa algodonera que ambos poseían firmara un contrato de exportación que interesaba al Ministerio de Economía. Los ex ministros Albano Harguindeguy y José Martínez de Hoz también han sido acusados por la misma causa. Las detenciones han sido posible gracias a la ratificación, en abril de 2008, por el Tribunal de Apelaciones de la decisión del juez Oyarbide de declarar nulos los indultos que en su momento concedió el ex presidente peronista Carlos Menem.
El secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, ha declarado que su Secretaria es la que «ha impulsado la detención de los procesados por crímenes de lesa humanidad en cárceles comunes, por cuanto no existen motivos para que gocen de privilegios que no se otorgan al resto de las personas sometidas a proceso». Sin embargo, hay cosas que siguen siendo chocantes y que no acaban de despejar un cierto clima de impunidad flotando en la sociedad argentina. Como sostengo en Breve historia de Argentina. Claves de una impotencia, no basta con su detención, sino que es imprescindible que «sean expulsados con deshonor del seno de la institución [...] y confiscadas sus fortunas productos del latrocinio [...] Asimismo la Iglesia católica argentina también debe asumir la cuota de complicidad con los crímenes cometidos por los militares y dejar que la Justicia juzgue y condene a sus responsables. Y por último, también los trabajadores han de promover, desde las bases, estructuras sindicales democráticas que impidan que sus sindicatos sigan actuando como verdaderas organizaciones mafiosas...».

martes, 20 de mayo de 2008

La «inhumanidad» del Banco Mundial

En 1944, con miras a la reconstrucción de Europa, fue creado en Bretton Woods el Banco Mundial [BM] del que formaron parte el Fondo Monetario Internacional [FMI] y el Banco Internacional para la Integración y el Desarrollo [BIRD]. Integrado en la estructura de las Naciones Unidas y superada la fase reconstructiva de la posguerra, se dispuso que los nuevos objetivos del BM fuesen los de reducir la pobreza mediante préstamos y créditos de bajo o nulo interés bancario y dar apoyos financieros a los países pobres o en «en vías de desarrollo». Estos propósitos en consonancia con los fundamentos de la ONU orientados a preservar la paz mundial y la defensa de los derechos humanos han sido y son sin embargo constantemente traicionados por el BM y las políticas aplicadas a través del FMI y el BIRD.
En el marco de la «democracia de mercado» se puede comprender que una entidad financiera, la Caixa de Pensions, por ejemplo, niegue a algunos de sus clientes un pequeño préstamo para resolver un transitorio problema de tesorería, como le está ocurriendo a numerosos autónomos en estos días de crisis. Sin embargo, esta comprensión no evita la repugnancia que provoca que las preguntas de algunas encuestas telefónicas atribuyan cualidades humanas -«inteligencia», «sensibilidad», etc.- a estas entidades. Y la repugnancia llega a la náusea cuando, como respuesta simbólica, el BM anuncia su negativa a auxiliar económicamente a Myanmar [Birmania], porque ese Estado no ha pagado las cuotas de sus créditos. Al BM no le importa nada que la población birmana esté sufriendo los terribles efectos del ciclón Nargis, que ha provocado 134.000 muertos y desaparecidos, y la negligencia, soberbia y represión de una Junta militar que controla y confisca la insuficiente ayuda internacional que consigue llegar. El BM no está para ayudar a los pobres y promover la paz, sino para salvaguardar los caudales y los intereses del capitalismo occidental.
La hipocresía se hace más sangrante cuando se constata que los «demócratas de mercado» han permitido que este país sufra una dictadura desde 1962. Ni EE.UU., autodenominado adalid de la libertad en el mundo, ni ninguna otra potencia ni por sí ni a través de la ONU han actuado para promover la institución de un régimen democrático. Ni siquiera inventándose la posesión de armas de destrucción masiva como hicieron con el régimen de Sadam Hussein en Iraq. Todos sus esfuerzos se han limitado a la concesión del premio Nobel de la Paz a la valerosa Aung San Suu Kyi y a contemplar, con fingido asombro, cómo un grupo de monjes budistas que protestaba en 2007 era apaleado y reprimido violentamente por los militares birmanos. Lo que sucede en Myanmar confirma la brutalidad de la dictadura y también la escandalosa amoralidad de sus valedores chinos, de los capitalistas occidentales y de los onerosos y débiles organismos mundiales encargados de velar por la paz y el bienestar de los ciudadanos en el mundo. [Foto: Víctimas del ciclón Nargis en el delta del Irrawady. Khin Maung Win/AFP/Getty Images]

miércoles, 14 de mayo de 2008

Einstein, la Ciencia y Dios

Una casa de subastas británica ha puesto a la venta una carta de Albert Einstein. La misiva, fechada el 3 de enero de 1954, un año antes de su muerte, está dirigida al filósofo Eric Gutkin. Según el más célebre de los científicos del siglo XX, «la palabra de Dios [y consecuentemente la religión] no es más que la expresión y el fruto de la debilidad humana».
Einstein tampoco creía que el pueblo judío, al cual se declaraba «contento de pertenecer», fuese distinto a los demás y que fuese el elegido de Dios. «La Biblia [no es más que] una colección de honorables leyendas primitivas, las cuales, no obstante, son bastante pueriles».

El 19 de mayo de 1939, en un discurso pronunciado en el Seminario Teológico de Princeton, el autor de la Teoría de la relatividad, estableció sin embargo el estrecho vínculo entre Ciencia y Religión, cuando afirmaba que «el conocimiento de lo que es no abre directamente la puerta de lo que debería ser. El conocimiento objetivo nos proporciona poderosos instrumentos para lograr ciertos fines, pero el objetivo último en sí y el anhelo de alcanzarlo deben venir de otra fuente [...]. Nos enfrentamos aquí, en consecuencia, a los límites de la concepción puramente racional de nuestra existencia.
Este razonamiento es el punto de partida que lo lleva a elogiar la inteligencia humana y el método científico, pero también a reconocer la importancia de la religión. «La ciencia sólo pueden crearla los que están profundamente imbuidos de un deseo profundo de alcanzar la verdad y de comprender las cosas. Y este sentimiento brota, precisamente, de la esfera de la religión. También pertenece a ella la fe en la posibilidad de que las normas válidas para el mundo de la existencia sea racionales, es decir, compresinbles por medio de la razón. No puedo imaginar que haya un verdadero científico sin esta fe profunda. La situación puede expresarse con una imagen: la ciencia sin religión está coja, la religión sin ciencia, ciega.» [Sobre la teoría de la relatividad y otras aportaciones científicas, Albert Einstein, trad. J.M. Álvarez Flores y A. Goldar, Editorial Sarpe, 1983]. Einstein parece querer decirnos, como lo dijo Albert Camus, que «es fácil ser lógico. Pero es casi imposible ser lógico hasta el final».

Como científico y humanista, Albert Einstein seguramente pensaba en la naturaleza burda del andamiaje religioso, pero no se le escapaba que en las creencias religiosas, aun considerándolas «supersticiones infantiles», late el misterio, la pregunta sin respuesta, cuya formulación alienta la búsqueda de la verdad. Una búsqueda que los fundamentalismos religiosos han abandonado por la irracionalidad en detrimento de la inteligencia humana. [Foto: Albert Einstein, 1951, de Arthur Sasse]

lunes, 5 de mayo de 2008

El vértigo de las galaxias

El 24 de abril se cumplieron dieciocho años de la instalación del Hubble en el espacio exterior. Desde aquel día de 1990, los habitantes de la Tierra tienen una ventana abierta al Universo. Desde allí, a través del ojo del gran telescopio cósmico, es posible mirar a millones de años luz y ver la inefable danza de las estrellas; la silueta de planetas extrasolares; los abismos de la materia; las venas gaseosas del cosmos; la estela de los cometas y las vertiginosas espirales de las galaxias que, como fuegos de artificio, parecen precipitarse con lentitud extrema hacia el interior de esa luz que intuimos en algún lugar de nuestras almas. Una sensación que Zenon de Elea formuló mejor cuando aseguró que Aquiles no alcanzaría a la tortuga, en la célebre paradoja que a medias refutó Bertrand Russell.
En esta radical instancia sentimos la poderosa atracción de ese secreto que nos concierne y que, con irrenunciable empeño, el ser humano persigue desde que el homínido se irguió sobre sus extremidades inferiores y atisbó el horizonte. Mucho ha caminado desde entonces en pos de esa inalcanzable línea que ahora miramos a través del Hubble en los confines del Universo. Y, mientras avizoramos ese horizonte, como las dos pulgas del chiste, seguimos preguntándonos con entrañable candidez «¿habrá vida en otros perros?». [Imagen Heritage Hubbel]

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación...