miércoles, 31 de octubre de 2007

La abeja del rey Salomón


Hay cierta correspondencia que debe trascender el ámbito privado, sobre todo cuando le dices a tu corresponsal algo de él que te gustaría que supieran muchos más. El siguiente es el mail que le dirigí a Mario Satz por el libro que le publicó RBA:


Querido poeta, he leído «La abeja del rey Salomón» y he disfrutado con tu poesía y con tus enseñanzas fabuladas. Tenía la sensación de continuar leyendo «El Buda de la risa», pero con otro registro, con otro paisaje y, sobre todo, con ese punto de complicidad que te da un personaje tan entrañable como Salomón. Las leyendas, como la del coleccionista de pestañas, están incorporadas y narradas con inteligencia ofreciendo al lector nuevas ventanas para asomarse a la sabiduría, que no es otra cosa que la comprensión de las cosas del mundo. Es por esto que, en el universo ficcional, resulta natural que un hombre encuentre respuestas en una abeja o en unos pájaros, del mismo modo que en la tradición y en la palabra de otros sabios. La armonía surge del reconocimiento y el respeto de la alteridad.
Tus delicadas acuarelas tienen la virtud de embellecer el libro y dar al lector una pista más de tu sensibilidad. Gracias, poeta.

martes, 30 de octubre de 2007

Nacionalismos


Con Leonardo Valencia, escritor ecuatoriano autor de «El libro flotante Caytran Dölphin», solemos mantener entusiastas charlas sobre libros y hacernos préstamos controlados. Hace unos días me dejó sobre la mesa de trabajo «Historias del señor Keuner», de Bertolt Brecht. Abrí una página al azar y leí un título: «El amor a la patria, el odio a las patrias» y enseguida el siguiente fragmento:
El señor Keuner no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
- En cualquier parte puedo pasar hambre.
Pero, paseando en cierta ocasión por una ciudad ocupada por el enemigo del país donde vívía, le salió al encuentro un oficial de ese enemigo y lo obligó a bajar de la acera. El señor Keuner bajó y se dio cuenta de que estaba indignado con ese hombre, y no sólo con él, sino sobre todo con el país al cual pertenecía, al extremo de desear que lo borrasen de la superficie de la Tierra.
- ¿Por qué razón- preguntó el señor Keuner- me convertí en ese instante en un nacionalista? Porque me encontré con un nacionalista. Por eso es preciso aniquilar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se encuentran con ella [...].
Lo que sigue es un comentario sobre al amor a la patria, pero la cuestión es que al llegar aquí me dije: «al menos por esto no soy estúpido».

De tripas corazón

Hace tiempo vi cómo un soldado, no importa la nacionalidad, disparaba contra un hombre parapetado detrás de una pared. Había miedo y desesperación en este hombre, pero no por las balas que silbaban y arrancaban nubecitas marrones de barro cocido de la pared, sino por su hijo que había quedado aislado a pocos metros de él.

Hace unos días vi cómo en un tren un tipo, aún en los albañares de la humanidad, insultaba y golpeaba a una chica, tampoco importa la nacionalidad, ante otro muchacho paralizado por la violencia de la escena.

En ambos casos, la cámara se convertía en nuestra mirada distante, impotente, pero no inocente. En ambos casos la impotencia nos revolvía las tripas, nos estrujaba el corazón y provocaba un vómito de palabras. Verborrea bienpensante regurgitada por una mirada ajena, la del ojo que ve por nosotros en el campo de batalla, en un tren, en la puerta de una discoteca.

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación...