domingo, 31 de enero de 2010

¡DIEZ MIL POLLOS Y LOS DERECHOS DE AUTOR!

En vísperas de Navidad de 2009, grupos de piqueteros argentinos cortaban la autopista de Buenos Aires al aeropuerto internacional de Ezeiza y otros se concentraban frente a supermercados de la capital pidiendo diez mil pollos y bolsones de comida para tener una «Navidad feliz». Lo que surgió como un movimiento de resistencia de desocupados frente a las políticas ultraliberales implementadas por el FMI se convirtió con el tiempo en una fuerza de choque de los políticos populistas, quienes la financian con subsidios generales y prebendas a sus fieles «dirigentes». En estos grupos de desocupados crónicos, se ha instalado la cultura del subsidio y la obligatoriedad del Gobierno y de la sociedad de alimentarlos y mantenerlos bajo amenaza de cortar autopistas, saquear supermercados, atacar el Congreso e invadir el centro de las ciudades armados de palos y abanderados con la enseña nacional. Para los piqueteros argentinos, la cultura de la gratuidad es algo legítimo y natural en tanto ellos son el verdadero pueblo y como tal tiene el derecho a la alimentación y a la vivienda. No hablan del derecho al trabajo y por la sencilla razón de que ya cobran un subsidio para que sigan desocupados y permanezcan «en lucha» renuncian a ejercerlo.
Pero la cultura de la gratuidad no es patrimonio exclusivo de los piqueteros argentinos, sino también de un gran sector social de los países desarrollados que a la sombra de internet creen que todo lo que aparezca en la red es suyo. Desde el estudiante que corta y pega información en un trabajo práctico y lo presenta como propio hasta el que descarga música, películas y libros en nombre de derechos fundamentales como el derecho a la información. Como en el caso de los piqueteros que piden pollos para comer en Navidad, los que reclaman contenidos gratuitos parten del falaz argumento de que todo lo que aparezca en la red es de dominio público fomentado por las grandes plataformas, cuyo negocio consiste en el flujo de datos cualquiera sea el contenido de los mismos. De aquí que dé lo mismo transferir música o promover cadenas de mails para ayudar a un supuesto niño perdido o enfermo. Este es el negocio.
El fomento de la idea de gratuidad es el subsidio que las plataformas dan a los internautas para que sigan desocupados y permanezcan «en lucha», sin pensar en que esa gratuidad conculca derechos fundamentales de millones de trabajadores, para quienes la creación de contenidos artísticos es su medio de vida. Atentar contra los derechos de autor que genera la propiedad intelectual es conculcar un derecho fundamental del trabajador, como es el de percibir una remuneración por su trabajo. En el marco del actual sistema económico, la gratuidad de los productos culturales no existe, pues tales productos tienen un coste que ha de ser satisfecho. Esto no invalida que haya individuos o grupos que decidan ceder esos derechos o exponer gratuitamente sus obras en la red o en cualquier otro lugar. Están también en su derecho hacerlo, pero no lo están al querer imponer una decisión particular al resto de los trabajadores culturales, autores de contenidos o criadores de pollos.
Imagen: Olga Lucía Aldana

domingo, 24 de enero de 2010

ARGENTINA, IMPRESIONES DE VIAJE

Concluida la visita de casi dos meses a Argentina y aún bajo los efectos de una intensa experiencia emocional que no pretendo ocultar, apunto algunas impresiones que sintetizan, desde el punto de vista del «argentino accidental», los trazos de un paisaje social escindido entre la virtualidad televisiva y política y la realidad.
La primera impresión es que la sociedad argentina es esencialmente pasional y todo, o casi todo, lo somete al veredicto de las vísceras -las tripas, el corazón- antes que al de la razón. Esta particularidad es el principal alimento de una clase dirigente -política, deportiva, empresarial, sindical- que ha sido incapaz de establecer vínculos naturales entre la ciudadanía y las instituciones de gobierno, con el agravante de los tics autoritarios dejados por décadas de hegemonía militar. Esto explica el cinismo socarrón, la prepotencia gubernamental, el poder de las mafias sindicales, el renacimiento del poder de la oligarquía agropecuaria y el activismo lumpen, que llega al extremo de cortar autopistas para reclamar al gobierno ¡diez mil pollos para festejar la Navidad!
Desde la atalaya europea se ve Argentina como un país caótico y violento, donde se comete un crimen cada minuto y tanto éstos como los accidentes son utilizados por los grupos políticos para combatirse. Sin embargo, allí, y sobre todo en el interior, los viajeros se encuentran con un país tranquilo, de gentes amables y hospitalarias, cualquiera sea su condición social o su situación económica; se encuentran con sectores obreros empeñados en romper la verticalidad de las organizaciones sindicales tradicionales y grupos que buscan la integración efectiva de los marginados en el espacio productivo. El «pero» de este loable esfuerzo es que está lastrado por el voluntarismo -pasión, visceralidad- y que no responde a un proyecto político racional despojado del todo del farfullo populista o sesentista. Aún así, esta es la parte de la sociedad argentina llamada a cambiar el país y a devolverle al pueblo su componente ciudadano. Quiero decir, su civilidad, su conciencia de responsabilidad en la elección de representantes idóneos para la gestión de la res pública y la lucha contra la barbarie.

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

El confinamiento obligado por la pandemia que azota al mundo obliga más que nunca a apelar a la responsabilidad. Los medios de comunicación...