Una casa de subastas británica ha puesto a la venta una carta de Albert Einstein. La misiva, fechada el 3 de enero de 1954, un año antes de su muerte, está dirigida al filósofo Eric Gutkin. Según el más célebre de los científicos del siglo XX, «la palabra de Dios [y consecuentemente la religión] no es más que la expresión y el fruto de la debilidad humana».
Einstein tampoco creía que el pueblo judío, al cual se declaraba «contento de pertenecer», fuese distinto a los demás y que fuese el elegido de Dios. «La Biblia [no es más que] una colección de honorables leyendas primitivas, las cuales, no obstante, son bastante pueriles».
El 19 de mayo de 1939, en un discurso pronunciado en el Seminario Teológico de Princeton, el autor de la Teoría de la relatividad, estableció sin embargo el estrecho vínculo entre Ciencia y Religión, cuando afirmaba que «el conocimiento de lo que es no abre directamente la puerta de lo que debería ser. El conocimiento objetivo nos proporciona poderosos instrumentos para lograr ciertos fines, pero el objetivo último en sí y el anhelo de alcanzarlo deben venir de otra fuente [...]. Nos enfrentamos aquí, en consecuencia, a los límites de la concepción puramente racional de nuestra existencia.
Este razonamiento es el punto de partida que lo lleva a elogiar la inteligencia humana y el método científico, pero también a reconocer la importancia de la religión. «La ciencia sólo pueden crearla los que están profundamente imbuidos de un deseo profundo de alcanzar la verdad y de comprender las cosas. Y este sentimiento brota, precisamente, de la esfera de la religión. También pertenece a ella la fe en la posibilidad de que las normas válidas para el mundo de la existencia sea racionales, es decir, compresinbles por medio de la razón. No puedo imaginar que haya un verdadero científico sin esta fe profunda. La situación puede expresarse con una imagen: la ciencia sin religión está coja, la religión sin ciencia, ciega.» [Sobre la teoría de la relatividad y otras aportaciones científicas, Albert Einstein, trad. J.M. Álvarez Flores y A. Goldar, Editorial Sarpe, 1983]. Einstein parece querer decirnos, como lo dijo Albert Camus, que «es fácil ser lógico. Pero es casi imposible ser lógico hasta el final».
Como científico y humanista, Albert Einstein seguramente pensaba en la naturaleza burda del andamiaje religioso, pero no se le escapaba que en las creencias religiosas, aun considerándolas «supersticiones infantiles», late el misterio, la pregunta sin respuesta, cuya formulación alienta la búsqueda de la verdad. Una búsqueda que los fundamentalismos religiosos han abandonado por la irracionalidad en detrimento de la inteligencia humana. [Foto: Albert Einstein, 1951, de Arthur Sasse]