¿Trajes? ¿De qué trajes habla? |
Los furibundos ataques de la cúpula del PP contra el candidato socialista a las próximas elecciones presidenciales, por el llamado «caso Faisán», contrasta con el cerrado silencio que manifiesta ante el procesamiento por corrupción del presidente valenciano Francisco Camps.
Si ya produce asco que una parte de los votantes valencianos tengan tripas como para haber dado su voto a una banda de presuntos corruptos, como es la que encabeza Francisco Camps en la comunidad valenciana, más lo produce el ejercicio de cinismo del principal partido de la oposición, el derechista Partido Popular (PP), al centrarse únicamente en tener o recuperar la poltrona desde aquel famoso exabrupto de Aznar, «váyase señor González». Después de una agobiante, enrabietada y mezquina oposición durante dos legislaturas al Gobierno socialista, durante las cuales no sólo no colaboró en ningún asunto de Estado sino que boicoteó algunas decisiones gubernamentales poniendo en duda la solidez financiera española en el plano internacional, el discurso de los cínicos -voz que deriva del griego kyn-nos, perro- sigue centrado en su asalto al poder.
Ni los más ignorantes dudan de que dos de las cuestiones más sensibles en estos momentos son la economía y el terrorismo. Nadie duda de que el ex Ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, es quizás quien ha impulsado la política más eficaz para debilitar a ETA y abocarla a su desaparición. Sin embargo, el discurso de los cínicos se centra en descalificar a la persona y sembrar dudas sobre su honestidad al frente del ministerio. Al mismo tiempo, el discurso de los cínicos omite el alto grado de corrupción que contamina al PP en casi todas las comunidades y ayuntamientos donde gobierna, con el fútil pretexto de estar «centrados en lo que realmente interesa a los españoles». Para los cínicos cualquier cosa vale para descalificar, ensuciar y pedir la dimisión de sus rivales, pero no para los suyos, aunque estén trajeados hasta las cejas.
Cabe preguntarse cómo es que se rasgan ahora las vestiduras porque el Gobierno «haya dilapidado la gran herencia que dejaron sus gobiernos» y no se las rasguen ante la certeza de que fueron ellos, con la desrregulación del suelo y sus políticas ultraliberales, quienes favorecieron los pelotazos y la burbuja inmobiliaria, cuyas consecuencias ahora están obligados a pagar todos los españoles. El espectáculo que ofrecen y el ejercicio de cinismo y mezquindad que realizan son tan repugnantes que me pregunto si alguno de ellos tiene conciencia o sabe lo que es la decencia.