A mediados de los sesenta, los «asaltos» (guateques) alcanzaban su punto culminante cuando en el tocadiscos alguien ponía el Pata Pata. Un nuevo baile, un nuevo ritmo y la letra pegadiza (asiii pata pata) nos llenaban de alegría y de una fuerza natural que, sin saberlo entonces, venía de muy adentro del corazón, de muy adentro del dolor y la persecución. El nombre de Miriam Makeba quedó asociado desde esos días y para siempre al Pata Pata, pero quienes lo bailábamos seguimos ignorando que aquella mujer había iniciado el camino que nosotros no tardaríamos también en emprender a causa de la represión y terrorismo de Estado.
Treinta años, los mismos que llevamos muchos viviendo fuera de la tierra natal, tardó Miriam Makeba en volver a Sudáfrica. Lo hizo cuando la llamó Nelson Mandela, el viejo desterrado a un país de cuatro por cuatro de superficie, cuya voz resistió hasta imponerse al grito bronco del racismo blanco.
Mamá África, como la llamaron muchos, continuó cantando por ese continente que seguía -sigue- muriendo por las guerras instigadas por los señores del petróleo, de los diamantes y ahora del coltan, por el sida y el hambre. Desangrándose día a día en cayucos por las venas abiertas que llegan a las costas de la opulencia.
Miriam Makeba ha muerto después de cantar ante unas «decenas» de espectadores en un recital de apoyo a Roberto Saviano, el amenazado de muerte por la fatwa mafiosa. El corazón de África se detuvo infartado. Los buitres sobrevuelan sus despojos.