Argentinos y uruguayos podemos sentirnos especialmente felices. La UNESCO ha declarado el tango Patrimonio Inmaterial Cultural de la Humanidad. También los españoles, porque el Comité Intergubernamental reunido en Abu Dabi (Emiratos Árabes) también ha dado la misma categoría a las creaciones culturales españolas del «silbo gomero» -isla de la Gomera, Canarias), Tribunal de las Aguas de Valencia y Consejo de Hombres Buenos de Murcia.
Argentina y Uruguay, que tienen un rico y diverso folclore particular, comparten el tango en el ámbito del Río de la Plata, como fruto de unas comunes vivencias en las que se funden, a partir del siglo XIX, las tradiciones africanas y las europeas en un marco determinado por un proceso inmigratorio que impulsó un vertiginoso crecimiento de las capitales rioplatenses -Montevideo y Buenos Aires- perfilando sus originales paisajes humanos. Para el Comité, «el tango es la expresión más profunda y vibrante del Río de la Plata», por cuya «fuerza conquistó trascendencia universal».
También conviene apuntar que el tango -canción y danza- nacido en los suburbios conquistó el corazón de las ciudades en la medida que las masas populares fueron ganando espacio en la vida política y fueron protagonistas del proceso democratizador que vivieron Argentina y Uruguay en las primeras décadas del siglo XX. En mi Cuaderno de notas de Manuel T. encontré este apunte sobre su naturaleza:
«El tango es premura, tensa espera del clandestino abrazo; giro redondo, paso cortado del hombre que desea y compadrea con sus íntimas artes. El tango es música que viborea entre las piernas del macho y de la hembra, mientras los rostros buscan ensimismados el propio goce. En el tango no hay amor, sólo roce; caricia procaz del que paga y espera».