Los duros ajustes anunciados por el presidente Rodríguez Zapatero en España como inmediata respuesta a la llamada del presidente estadounidense Barak Obama ponen de manifiesto la fragilidad de las autonomías política y económica de las naciones periféricas, es decir de aquellas que giran alrededor de algún núcleo de poder. Y el único poder real que gobierna el planeta es el económico y más concretamente el poder económico-financiero.
Jean-Jacques Rousseau fue quien definió la noción de soberanía como el poder del pueblo, el cual mediante un contrato social lo delega en unos representantes, que constituyen el gobierno. Emmanuel-Joseph Sieyés consideró que no era el pueblo el depositario de ese poder sino la nación. La idea de soberanía nacional sustentada en el poder político prevaleció hasta bien avanzado el siglo XX. Sin embargo, el poder económico debido a los avances del capitalismo, en sus vertientes imperialistas, a los que hay que añadir la caída de la URSS y la acción depredadora de las políticas ultraliberales traspasó las fronteras nacionales y minó el poder político de las naciones -sus soberanías- hasta convertirlas en meras provincias de una supra nación eufemísticamente llamada «economía globalizada», cuyo trasunto conceptual es el mercado.
Dentro de este territorio donde el poder efectivo atenta contra el concepto mismo de civilización y somete la sociedad a las leyes del mercado, el bienestar de los ciudadanos aparece como una pretensión inadecuada y los ciudadanos como entes cada vez menos necesarios para la vida productiva. Los gobiernos de los países, cualquiera sea su ideología, incluyendo los de las grandes potencias, se comportan en mayor o menor medida como gestores de las políticas y tendencias del poder económico-financiero. Cualquier movimiento o gesto que amenace sus intereses recibe la advertencia o el ataque implacable de los especuladores, de quienes es imposible saber sin son individuos deshumanizados o, a tenor de los sucedido en Wall Street, meras máquinas que ya han situado el mundo en el futuro de «Hall» o de «Terminator».
Si así fuese se puede vislumbrar la causa original por la que la libertad aparece como una utopía para las naciones y la masa de ciudadanos y por la que ésta siempre acaba pagando la factura por lo que nunca ha tenido ni tendrá.