En los concursos televisivos se ha impuesto la fórmula de contar con un jurado "técnico", cuyos miembros representan el papel de expertos o payasos, y la participación del público para emitir el juicio definitivo que consagrará al ganador. De esta fórmula "asamblearia" también se vale la Administración para dilucidar algunos problemas que afectan a la ciudadanía, como decidir si la avenida Diagonal de Barcelona debía transformarse en rambla, bulevar o quedarse como está.
Se atribuye a Alexis de Tocqueville la noción de democracia horizontal, es decir, la democracia participativa que se da a través del asociacionismo cívico y social y que atiende a la defensa de intereses sectoriales. Algunos partidos políticos minoritarios y los medios de comunicación han ido con el tiempo trastornando el concepto hasta convertirlo en una caricatura de la participación ciudadana para legitimar actuaciones que no siempre responden a la razón o al sencillo sentido común.
Según la clásica definición una democracia es el gobierno del pueblo para el pueblo, pero ante la imposibilidad de que la masa popular pudiera gestionar los intereses comunes de la sociedad, surgió la necesidad de un contrato social (Jean-Jacques Rousseau) por el cual el pueblo delega su soberanía en unos representantes para que formen el gobierno encargado de la administración de la res publica.
No pocas veces el reclamo de la opinión pública para determinados asuntos es un acto demagógico con el que se quiere disfrazar la impotencia de un gobernante o del gobierno para la gestión o se desea legitimar un régimen autoritario o una actuación política discutible. La masa popular puede expresar su opinión sobre determinados asuntos o situaciones o determinar la orientación política o ideológica del gobierno canalizando dicha opinión con su voto a tal o cual partido, incluso tiene el derecho de rebelarse contra los gobernantes ilegítimos.
Sin embargo, la opinión de esta masa popular carece de validez cuando con ella se busca sancionar un resultado que en realidad depende del conocimiento técnico y científico, y la experiencia de ciudadanos profesionales. ¿Cómo es posible que el público -la masa ciudadana o un vasto sector de ella- pueda decidir mediante el voto sobre, por ejemplo, la calidad o bondad de un cantante o de un bailarín en un concurso televisivo, o acerca de la eficacia del trazado de una vía férrea o de un plan urbanístico si en su conjunto carece de los conocimientos técnicos para hacer las evaluaciones pertinentes? En estos casos, las opiniones sustentadas en las emociones y no en la razón, la reflexión y el conocimiento, son dañinas para el bienestar común y para el concepto mismo de democracia.
Si grave es este uso de la opinión pública por los medios de comunicación o por algunos partidos o gobiernos municipales, mucho más peligrosa es la utilización que hacen de ella grupos contrademocráticos a través de sus radios, televisiones y diarios. El tertulianismo radiofónico y televisivo o el manifestacionismo callejero por cualquier motivo, habitualmente espontáneo y emocional, son utilizados por tales grupos como armas arrojadizas que cuestionan permanentemente la validez y legitimidad de las instituciones del Estado y crean una especie de gobierno anárquico paralelo cuando las leyes o las actuaciones de los poderes del Estado no favorecen a sus intereses económicos, políticos, religiosos o ideológicos. Esto es lo que Pierre Rosanvallon llama contrademocracia , un modus operandi que valiéndose de los recursos democráticos del estado de derecho y de una opinión pública vulnerable a las manipulaciones demagógicas socava los principios básicos del sistema democrático.
No pocas veces el reclamo de la opinión pública para determinados asuntos es un acto demagógico con el que se quiere disfrazar la impotencia de un gobernante o del gobierno para la gestión o se desea legitimar un régimen autoritario o una actuación política discutible. La masa popular puede expresar su opinión sobre determinados asuntos o situaciones o determinar la orientación política o ideológica del gobierno canalizando dicha opinión con su voto a tal o cual partido, incluso tiene el derecho de rebelarse contra los gobernantes ilegítimos.
Sin embargo, la opinión de esta masa popular carece de validez cuando con ella se busca sancionar un resultado que en realidad depende del conocimiento técnico y científico, y la experiencia de ciudadanos profesionales. ¿Cómo es posible que el público -la masa ciudadana o un vasto sector de ella- pueda decidir mediante el voto sobre, por ejemplo, la calidad o bondad de un cantante o de un bailarín en un concurso televisivo, o acerca de la eficacia del trazado de una vía férrea o de un plan urbanístico si en su conjunto carece de los conocimientos técnicos para hacer las evaluaciones pertinentes? En estos casos, las opiniones sustentadas en las emociones y no en la razón, la reflexión y el conocimiento, son dañinas para el bienestar común y para el concepto mismo de democracia.
Si grave es este uso de la opinión pública por los medios de comunicación o por algunos partidos o gobiernos municipales, mucho más peligrosa es la utilización que hacen de ella grupos contrademocráticos a través de sus radios, televisiones y diarios. El tertulianismo radiofónico y televisivo o el manifestacionismo callejero por cualquier motivo, habitualmente espontáneo y emocional, son utilizados por tales grupos como armas arrojadizas que cuestionan permanentemente la validez y legitimidad de las instituciones del Estado y crean una especie de gobierno anárquico paralelo cuando las leyes o las actuaciones de los poderes del Estado no favorecen a sus intereses económicos, políticos, religiosos o ideológicos. Esto es lo que Pierre Rosanvallon llama contrademocracia , un modus operandi que valiéndose de los recursos democráticos del estado de derecho y de una opinión pública vulnerable a las manipulaciones demagógicas socava los principios básicos del sistema democrático.