
El hecho de que civilización implique domesticación de los instintos primarios -necesaria por otra parte para propiciar la convivencia y el desarrollo del bienestar de los individuos-, no significa que éstos hayan sido borrados definitivamente del espíritu humano. Y es este sustrato primitivo adherido a la conciencia lo que aflora en determinados momentos y circunstancias en todos los individuos. La capacidad de cada uno para dominar esa latencia irracional es lo que distingue al ser humano civilizado del bárbaro. Ambos pueden reconocer y expresar la verdad desnuda, pero el primero la vestirá con respeto y el segundo con andrajos.
Risto Mejide probablemente no es un cavernícola sino un actor elegido para desempeñar el papel de villano; el envoltorio de un producto para provocar en el público esa extraña y morbosa fascinación por lo bárbaro y brutal aun en aquellos espíritus más bondadosos o que practican el buenismo como máscara de sus debilidades o limitaciones.
El cometido del villano de O.T. es sencillamente provocar en el público una reacción visceral para ganar audiencia a costa de la humillación de los concursantes. Lo preocupante es que entre éstos no haya ninguno con la suficiente estatura civil para poner en evidencia -ridiculizar- la farsa. También preocupante es que haya individuos que tengan una idea tan pobre del público, por no decir de la condición humana; individuos que creen que las personas y la vida se rigen por las leyes de mercado o de la selva. Para estos individuos no hay esperanzas de un mundo mejor ni deseos de hacerlo. [Imagen: Risto Mejide, El Semanal Digital]