Operación triunfo, como muchos concursos televisivos con «jurado», incluye en éste un miembro que ejerce de malo. También la Iglesia católica contempla su figura para el concurso de beatificaciones. Lo llama «abogado del diablo». La razón de este personaje es poner a prueba el grado de resistencia psicológica y la capacidad del concursante para defender su sueño artístico o su santidad. Pero más allá de esta intención directa sobre el concursante, que es vilipendiado y humillado por el actor de turno en el papel de jurado, fiscal o abogado del diablo, hay otra cuestión sobre la que cabe reflexionar. Aludo a la fascinación que este tipo de villano brutal y despiadado causa en el público.
El hecho de que civilización implique domesticación de los instintos primarios -necesaria por otra parte para propiciar la convivencia y el desarrollo del bienestar de los individuos-, no significa que éstos hayan sido borrados definitivamente del espíritu humano. Y es este sustrato primitivo adherido a la conciencia lo que aflora en determinados momentos y circunstancias en todos los individuos. La capacidad de cada uno para dominar esa latencia irracional es lo que distingue al ser humano civilizado del bárbaro. Ambos pueden reconocer y expresar la verdad desnuda, pero el primero la vestirá con respeto y el segundo con andrajos.
Risto Mejide probablemente no es un cavernícola sino un actor elegido para desempeñar el papel de villano; el envoltorio de un producto para provocar en el público esa extraña y morbosa fascinación por lo bárbaro y brutal aun en aquellos espíritus más bondadosos o que practican el buenismo como máscara de sus debilidades o limitaciones.
El cometido del villano de O.T. es sencillamente provocar en el público una reacción visceral para ganar audiencia a costa de la humillación de los concursantes. Lo preocupante es que entre éstos no haya ninguno con la suficiente estatura civil para poner en evidencia -ridiculizar- la farsa. También preocupante es que haya individuos que tengan una idea tan pobre del público, por no decir de la condición humana; individuos que creen que las personas y la vida se rigen por las leyes de mercado o de la selva. Para estos individuos no hay esperanzas de un mundo mejor ni deseos de hacerlo. [Imagen: Risto Mejide, El Semanal Digital]