Investigadores de una universidad británica aseguran que el chiste más antiguo del que se tiene noticias procede de una tablilla sumeria del siglo 20 a.C., en la cual se lee: «Algo que nunca ha sucedido desde tiempos inmemoriales: una mujer joven tirándose un pedo en las rodillas de su esposo». Está claro que quien lo dice y también el escriba que lo recoge pretende testimoniar una transgresión. El humor resulta así una subversión contra el entramado social e institucional del poder que se verifica en todos los niveles de la sociedad de cualquier cultura.
Según Freud, la técnica del chiste es una forma gratificante [no patológica] de regresión a modos infantiles de actuar y pensar para escapar de las exigencias de la realidad. Al igual que los sueños, los juegos o la literatura nos proporciona placer y nos libera, momentánea y fugazmente, de las restricciones morales, políticas y sociales a las que está sometida nuestra conducta. Incluso alivia al Yo de las ansiedades provocadas por la angustia existencial.
Este recurso defensivo del Yo se torna peligroso para el sistema o el poder establecido cuando pasa del inconsciente individual al colectivo. Cuando después de 1973, durante el régimen peronista primero y la dictadura militar más tarde, se hizo habitual la desaparición de personas, muchos argentinos aventaban los fantasmas repitiendo «lo que mata de verdad es...la humedad». La risa y el sentido del humor no abandonaron al argentino ni siquiera en los momentos más dramáticos. Basta recordar que revistas como Hortensia o Satiricón se convirtieron en una especie de faros de resistencia y supervivencia para miles de personas que se negaban a sucumbir a las sombras del mal. En España, La codorniz, Hermano lobo, Por favor, etc. cumplieron el mismo papel durante la dictadura franquista.
Ahora, el hecho de que el gobierno argentino haya prohibido unos capítulos de la serie estadounidense Los Simpson, donde uno de los personajes habla de la «dictadura de Perón», revela que los sistemas autoritarios aunque se vistan de seda, nunca dejarán de ser monas y tampoco nunca irán a la academia, como lo hizo el mono de Kafka.