La conjura de los necios es más peligrosa de lo que la ciudadanía cree. Tras la mano de Dios maradoniana, artífice también de una invitación a la felación en rueda de presa, ahora se manifiesta el dedo de Aznar. Entre medio, prepotentes como Ahmadineyad con su escalada nuclear, payasos como Berlusconi haciendo chistes con los desaparecidos argentinos y así una larga lista de necios que gozan de grandes tribunas para estupidizar a la gente y someterlas a su pensamiento único.
El dedo de Aznar, ex presidente español, no es espontáneo. El dedo de Aznar antes se manifestó para designar a su sucesor y dejarlo todo «atado y bien atado», después para señalar a los «pancarteros» y ahora para indicar, desde ese corazón tan próximo a la fecalidad, el saco donde mete a sus oponentes.
Pero no hay que caer en la trampa. El dedo de Aznar tampoco es inocente. Fiel a su doctrina conservadora induce a mirarlo para no ver el sol. Este dedo, que Aznar dirigió a quienes le increpaban a la salida del aula magna de la Universidad de Oviedo, se alzó con la fuerza oscura del resentimiento y sacó a relucir de modo gráfico su verdadera catadura moral. Desde su necedad, este pobre hombre, había insultado al presidente de Gobierno llamándole pirómano y responsabilizándole de una España «en escombros». Este necio de sonrisa mezquina había reclamado para sí y los suyos la calidad de bombero, pasando por alto que él había sido uno de los incendiarios que promovió la guerra de Iraq y reactivó el odio entre los ciudadanos españoles al perder las elecciones no tanto por su fuego como por sus mentiras.