Una huelga siempre es síntoma de una disfunción social insoportable que se produce entre una mayoría productiva -los trabajadores- y la minoría que controla los medios de producción. La huelga del 29-S no es una excepción a esta regla. Sin embargo, los portavoces de los necios quieren reducirla a algo menor de alcance doméstico.
En el discurso acomodaticio que propone la permanente conjura de los necios, se generaliza la violencia de algunos piquetes aislados y se ignora el acoso patronal diario a centenares de trabajadores que temen perder sus puestos de trabajo; se reduce la lucha sindical a una mera confrontación con el Gobierno y se pasa por alto los graves daños causados en las economías nacionales por la globalización de un sistema controlado por el poder económico-financiero enquistado en los organismos financieros supranacionales (BM, FMI, etc.) y grupos de especuladores.
La derecha española, cuyo conservadurismo ultramontano no ha superado el estadio del absolutismo decimonónico, proclama que la huelga es un fracaso del Gobierno (?) y de los sindicatos. Si este mensaje necio alcanza algún calado entre la gente es debido a la perversión de un discurso que se nutre siempre de la ideología emocional de vastos sectores sociales influenciables y poco dados a la reflexión política.
Ante una crisis económica profunda, lo menos que se espera de todos los actores sociales (partidos, sindicatos, instituciones, trabajadores, pensionistas, etc.) es solidaridad para paliar sus efectos más dañinos en las capas más débiles de la sociedad. En este sentido, la recalcitrante oposición de la derecha si realmente quiere el «bien de los españoles», como gusta decir, no puede poner palos constantemente en las ruedas de la acción gubernamental por intereses partidarios, naturalizar la corrupción allí donde gobierna o gobernaba -Baleares, Valencia, Málaga, Galicia, Madrid, Canarias- y tampoco minimizar la acción sindical para tener el campo abonado si llegase a gobernar. Esta idea que la Escuela de Chicago elevó a la categoría de principio y que Pinochet puso en práctica de manera brutal durante su dictadura en Chile, es la que subyace -y nadie se escandalice por la comparación- en el proyecto básico de la derecha española. Gobernar sin oposición sindical seguramente es el utópico sueño de los necios.
Los sindicatos, que han jugado un incontestable papel vertebrador de la democracia y en la modernización de la economía española, aunque algo apoltronados y lentos en sus reacciones, han impulsado una huelga que no va contra el Gobierno y ni siquiera contra la actual reforma laboral, sino para tomar posiciones de fuerza ante la avanzada contra los derechos de los trabajadores activos o que lo son potencialmente y retirados. Pero su verdadera fortaleza dependerá de que éstos tengan conciencia de su condición social y no se dejen cautivar por el discurso emocional de los necios.