Mapa en 3D de materia oscura en la zona del Universo estudiada. Foto ESA |
La concepción que tenemos del Universo siempre aparece contaminada por intuiciones religiosas y osadías científicas, que buscan dar respuesta a las dimensiones de una realidad que supera hasta lo indecible las limitaciones de la inteligencia y el conocimiento humanos. Sin embargo, desde que salió de la cueva y miró el cielo, el ser humano no ha renunciado a descubrir los misterios que lo rodean. Recientemente, astrónomos japoneses, británicos y taiwaneses han conseguido plasmar un mapa de materia oscura.
Según el Génesis, Yahveh prohibió a la pareja habitante del Edén comer del fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Sin embargo, Eva comió y dio a comer ese fruto a su compañero y con ello no sólo reivindicó la soberanía del ser humano para decidir su destino sino que también puso de manifiesto el afán insaciable de conocimiento que caracteriza su naturaleza. En el marco de la cultura judeocristiana, desde este momento mítico el ser humano es presa del síndrome de Eva y no ha cejado en su propósito de saber.
La materia oscura es por definición un misterio y su existencia una intuición que constituye un problema angular de la física y la astronomía contemporáneas. Se trata de una materia no atómica invisible a la luz y a otras calidades de ondas magnéticas. Los efectos de su presencia ya fueron formulados por Einstein en su célebre Teoría de la Relatividad y posteriormente comprobados por otros científicos. Es así que se sabe que planetas, estrellas, galaxias y otros cuerpos celestes apenas representan un 4% del Universo. Del 96% restante, el 23% corresponde a la misteriosa materia oscura y el resto ¡un 73%! a una más misteriosa energía oscura.
Ante la inmensidad de esa sombra que desborda el cálculo humano cabe preguntarse por qué seres tan pequeños tienen la capacidad de asomarse a los confines del Universo y al mismo tiempo generar tanta miseria y violencia en el mundo.