Fotografía: Pablo Tello |
El movimiento ciudadanista M-15 ha salido fortalecido tras las manifestaciones del 19-J. Los indignados han vuelto a llenar las calles haciendo oír su voz coral para protestar contra un sistema alejado de las necesidades de las personas y cuya inhumanidad ha llevado la violencia a la intimidad de los hogares y secuestrado la soberanía popular.
La indignación no es ciega. Si bien es pariente de la ira a diferencia de ésta, la indignación no nace del instinto sino del espíritu. No es una reacción de violencia visceral, sino de reafirmación de la dignidad del individuo ofendido y violentado por los abusos del poder. Cuando esta reacción se generaliza es posible que pueda degenerar en la ira y arrastrar a los indignados a la violencia, pero mientras esto no suceda debe entenderse como una fuerza positiva cuyo objetivo es la restauración de los valores éticos y de un modo de vida centrado en las personas y su felicidad.
El tratamiento de shock, para utilizar la metáfora de Naomi Klein, sufrido en la sociedad mundial para imponer las ideas ultraliberales, ha convertido el mundo y a sus habitantes en un soberbio mercado global, donde las únicas leyes que valen son las del beneficio económico en detrimento del bienestar de las personas.
Para que ello fuese posible, el capital financiero a través de las políticas económicas de los grandes organismos -FMI, Banco Mundial, Club de París, etc.-, bancos y sociedades privadas-Goldman Sachs, Banca Morgan, etc.- han tenido que secuestrar la soberanía popular, debilitar hasta la extenuación a los Estados y someter a los Gobiernos a. sus reglas del juego. Esto lo consiguió no sólo valiéndose de la violencia fáctica -golpes de Estado, dictaduras, etc.- sino de otras formas más sutiles de acción -golpes de mercado, políticas de corrupción- que han contribuido a crear una cultura social cuyo brillo exitista -los tiburones, los yuppies, los grandes ejecutivos, son parte de ese ejército- ha ocultado la cosificación de las personas y su reducción a entes consumidores.
Ante este panorama, cabe esperar que el 15-M, al reivindicar la condición humana y la dignidad de las personas como objetivo central de todo sistema, tendrá la fuerza suficiente como para rescatar la soberanía popular. Esto supone reconocer la validez de las instituciones y de situar en ellas a las personas más idóneas para cumplir con el mandato popular y gestionar la res publica independizándose de las políticas depredadoras de los organismos financieros que controlan el mundo. Entonces sí la queja se habrá convertido en una idea y la revolución ciudadana habrá sido posible. Entonces sí tendrá sentido el sacrificio colectivo, pero mientras tanto, sin soberanía plena seguiremos bajo la dictadura del gran capital y pagando la crisis ficticia que han creado los Milton Friedman y sus epígonos. Los idiotas útiles del poder.