El cardenal Rouco Varela, máximo dirigente de la Iglesia española, ha llamado a los católicos a «iluminar con el Evangelio» la vida pública. Teme que el espíritu laico, al que compara con el nazismo, corrompa la salud social. El fundamentalismo católico, siguiendo las políticas vaticanas de los dos últimos pontificados, ha llegado a un punto en el que se le hace insoportable la tolerancia del otro y la comprensión de cualquier tipo de avance determinado por la razón.
La prédica de Jesús, por primera vez en la historia de la humanidad, iluminó un mundo desquiciado por la violencia de la guerra y la tortura como hábito público del poder con el principio de amor al prójimo. Este principio constituye el fundamento de los Evangelios, que Pablo se encargó de proyectar no sin problemas en el ámbito de influencia del Imperio romano.
La Iglesia a lo largo de su historia, y al margen de la buena voluntad de no pocos de sus acólitos, se ha encargado de tergiversar y manipular este mensaje destinado a crear las condiciones de un mundo mejor. No hay espiritualidad ni bondad en los jerarcas eclesiásticos. Desconocen el amor al prójimo. Por esto, cuando llegue el momento y golpeen la puerta de los cielos para salvarse, escucharán la voz del Dios en el que creen que les dirá: ¡Retiraos de mí, todos los agentes de la injusticia! (Lc. 13, 27).