El yo del creador es el motor de la voluntad que expresa lo entrevisto a través de una ecuación, cuadro, música o poema. Toda obra -especialmente la artística- se nutre de la experiencia personal, de la sensibilidad y de los horizontes que atisba el creador. Sin embargo, el ego es una fuerza poderosa que, por su propia naturaleza, trata de imponerse al creador apartándolo de este genuino cometido dándole una visión mezquina de la realidad, en la que él aparece como centro de la misma.
Todo creador ha de ser consciente de este peligro y luchar para que su ego no lo domine hasta el punto de hacerle creer que su experiencia particular es la experiencia colectiva. Si permite que esto suceda su obra queda condenada a la nación, provincia o aldea del yo, lo cual puede reportarle ciertos beneficios más o menos inmediatos que multiplican los efectos corruptores de la vanidad.
El creador vanidoso abandona así el cometido original de su obra -el conocimiento- para dedicarla al espectáculo, el entretenimiento vacuo y, sobre todo, al alimento de su propio ego. [Imagen, Superheroíno, Faltabamás]