Fragmento de la Creación, de Miguel Ángel (Capilla Sixtina) |
El científico Stephen Hawking, autor de la célebre Breve historia del tiempo, afirma en su nuevo libro que para explicar el Universo no es necesaria la existencia de Dios. Ante esto, la Iglesia ha puesto el grito en el cielo y con ella no pocos científicos.
James Joyce, en las primeras páginas de Retrato del artista adolescente, ponía en la mente de Stephen Dédalus esta reflexión: «¿Qué había después del universo? Nada. Pero, ¿es que había algo alrededor del universo para señalar dónde se terminaba, antes de que la nada comenzase? No podía haber una muralla. Pero podría haber allí una línea muy delgada, muy delgada, alrededor de todas las cosas. Era algo inmenso el pensar en todas las cosas y en todos los sitios. Sólo Dios podía hacer eso. Trataba de imaginarse qué pensamiento tan grande tendría que ser aquél, pero sólo podía pensar en Dios. Dios era el nombre de Dios, lo mismo que su nombre era Stephen».
Dios es ante todo una idea humana con una amplia gama de significados, a veces contradictorios y no pocas veces autoexcluyentes, que ocupa el espacio de aquello que el ser humano ignora. Gracias a esta premisa que se ha revelado fundamental desde que la formuló el hombre de las cavernas, la noción de Dios ha perdurado hasta hoy. Sin duda los científicos no tienen necesidad de apelar a la existencia de Dios para explicar el origen de la vida y del universo, porque una "X" les basta para sustituir el valor que ignoran de la fórmula. La ciencia se funda en la razón y la experiencia. Pero muchos individuos sí necesitan de la noción de Dios para afrontar espiritualmente su soledad existencial y todo lo que no saben sobre la finitud de la vida, su extrema brevedad, y el temor que les produce la muerte. Él es una entidad moral en la que delegan toda explicación de la experiencia de su ser en el mundo. Un temor atávico a lo desconocido sobre el cual se han levantado las religiones y construido imperios extrarradios de la razón. Los científicos, aun los creyentes, saben que sus descubrimientos han ido arrinconando y obligando a la noción de Dios a cambiar de significados. Pero que también ellos trabajan con nociones, teorías, y que más allá de los límites de sus métodos se extiende el vasto espacio de las incógnitas. El espacio de eso que algunos llaman Dios.