El niño Manuel Camacho en Entrelobos |
Entrelobos (España, 2010), de Gerardo Olivares es una película que contradice el mito del lobo como encarnación de la crueldad al tiempo que pone su mirada en algunos hombres marcados por un sistema social vacío de humanidad.
Olivares, con sencillez narrativa y una fotografía de gran calidez cromática, sintetiza en dos horas de película la vida de un niño que durante doce años sobrevivió integrado a una manada de lobos. La historia real es la de Marcos Rodríguez Pantoja, quien, cuando tenía unos nueve años fue vendido por su padre a un cabrero de Sierra Morena, que muere al poco tiempo. Ese niño, magníficamente interpretado por Manuel Camacho, aprende que para sobrevivir en un medio hostil es más importante la solidaridad que la violencia. Su complicidad natural con otros animales y de modo particular con la manada de lobos hacen de él un ser inteligente que sigue los ritmos de la naturaleza sin perder su condición humana. Esta conducta hace resaltar más aún la brutalidad y la carencia de sentimientos de sus congéneres, desde su padre hasta el señorito del cortijo o el vengativo perseguidor de un bandolero. Es aquí donde cobra visos de certeza la célebre expresión de Plauto que luego hizo suya Hobbes sobre que el hombre es un lobo para el hombre. Pero por suerte para la civilización, también hay hombres como el mismo Marcos o el cabrero que interpreta Sancho Gracia, que rescatan al género humano de su propia crueldad.
Entrelobos es un canto a la naturaleza que, con la ternura del protagonista y la poesía de las imágenes, nos recuerda a los humanos la necesidad de recuperar el equilibrio perdido. La necesidad de que el hombre aprenda que de la justicia y de la solidaridad de sus actos dependen la vida y la integridad de la manada.