Entre el 22 y el 28 de noviembre se celebra en Buenos Aires el IV Festival Internacional de Tango Queer, al que acude Berlín, como ciudad invitada de honor. El propósito de este encuentro, al que se calcula que asistirá alrededor de un millón de personas, es «construir una comunidad tanguera más abierta» y romper con «la relación de dominación» masculina.
El tango, Patrimonio Cultural de la Humanidad, es una música y una danza suburbiales que surgió como una burla de compadritos barriobajeros al modo de bailar de los negros. En esos inicios, los hombres lo bailaban entre sí y, cuando pasó a los burdeles, también las mujeres danzaban entre ellas mientras esperaban a sus clientes. En ninguno de ambos casos, aunque las parejas fuesen del mismo sexo, eran necesariamente homosexuales. Era algo normal, por decir aceptado por la sociedad. Incluso por una sociedad tan machista y prejuiciosa como la de entonces. Más tarde, a medida que se definían música y coreografía, en los bailes populares no era ni es extraño ver parejas masculinas o femeninas gozando del baile. No hay nada de raro en esto.
Sin embargo, los promotores de un festival de tango que pretende «abrir la comunidad tanguera» y acabar con la «dominación del macho», lo primero que hacen es considerar que esa pretensión de apertura como «rara» y para hacerla más rara al oído la enuncian no en castellano o en lunfardo, que sería lo lógico, sino en inglés mediante la voz «queer» que se utilizaba para señalar despectivamente al homosexual. Un tango queer sí que suena raro.
