La crisis que afecta a la globalizada economía capitalista tiene múltiples y complejas causas derivadas de las pretensiones hegemónicas de los grupos económicos en el mercado mundial y de la voracidad especulativa de los agentes financieros, entre otros motores. Las acciones de estos sectores, que desestabilizan las políticas económicas nacionales y acrecientan las desigualdades entre países pobres y ricos, se hacen efectivas en diferentes frentes y escenarios. La lucha contra el terrorismo y la guerra de Iraq, por ejemplo, son parte de una estrategia político-económica neoliberal diseñada por los grupos de poder ultraconservadores capitalistas, para hacerse con el control absoluto de los recursos naturales del planeta.
La dinámica generada por estas acciones ha alcanzado a todos los estamentos de la actividad mercantil creando situaciones ficticias como las que han dado lugar a las llamadas burbujas -bursátil, comunicacional, hipotecaria, inmobiliaria, etc.- Antes de explotar estas burbujas habían generado ingentes beneficios a sus patrocinadores, que de ningún modo fueron compartidos con los asalariados. En aquellos momentos, los profetas del neoliberalismo abogaban por la plena libertad de mercado y el papel del Estado como mero gestor de leyes favorables a su cometido empresarial. Por esto resulta chocante que ahora pidan que los Gobiernos los rescaten de sus «pérdidas» y saneen sus compañías, mientras millones de víctimas de sus actividades predatorias se ven en el desempleo, imposibilitadas de pagar sus hipotecas u obligadas a emigrar de sus países para sobrevivir. ¿Quién acude al rescate de estas personas? Como siempre, quienes pagarán las facturas de las guerras y los costos de la especulación, llámese ésta financiera o petrolífera, serán los trabajadores, cuyas organizaciones aún no se han enterado de que el papa Wojtyla liquidó el limbo dejando en el paro a su plantilla de ángeles y sin servicio celestial a infinidad de almas inocentes. [Imagen: Billete de 50 millones de dólar de Zimbabwe]