Con Seve en su casa de Pedreña |
Ha muerto Severiano Ballesteros, Seve, considerado el mejor golfista europeo de todos los tiempos. Una gloria. Sin embargo, las muestras de sincero pesar que se han visto entre sus colegas a través de la televisión, tanto en España como en el resto del mundo, hablan de alguien de una gran estatura moral.
Conocí [excepcionalmente escribiré en primera persona] a Severiano Ballesteros hace algunos años por razones profesionales y de modo casi inmediato establecimos una comunicación directa y franca. Hablamos, por supuesto de golf -tema del que soy profano-, pero también de las montañas, del mar y la llanura. Poco a poco, aquella figura icónica del deporte mundial, parco de palabras y seco de gestos, se fue abriendo revelándome una persona sencilla y dueña de una sabiduría natural que le permitía radiografiar a su interlocutor más allá de los reflejos de las luces o de las palabras.
Durante los muchos días que compartimos en su casa, situada en un altozano de Pedreña que domina la bahía de Santander, entreví el alma y los sentimientos de este hombre. Supe de su familia -conocí especialmente a su hermano Baldomero y a su sobrino Iván-, de las enseñanzas de su padre, de la bondad de su madre, en cuya casa me alojó; supe de sus necesidades y sueños infantiles, de sus tareas campesinas junto a sus hermanos; supe del despertar de su pasión por el golf, que aprendió a jugar con una vara en la playa o en el campo del club las noches de luna llena, y del orgullo de haberse construido su casa en el punto más alto de Pedreña, donde su vista podía navegar a gusto por la bahía de Santander. Pero, por la luz de sus ojos, su sonrisa y el tono, cada vez menos seco, de su voz, supe, sobre todo, que muchas de las cosas de las que hablamos por esos días nunca las había contado y, quizás, nunca se las contó a otro. Esta muestra de confianza fue y es para mí un regalo enriquecedor que valoro con enorme gratitud.
Como ya se sabe, su triunfo fue producto del empeño, de la voluntad de superación y de ese modo de ser que le permitió seducir a los demás, empezando por sus devotos hermanos -Baldomero y Manuel- para que creyesen ciegamente en su talento. Fue así como su originalidad acabó imponiéndose sobre la ortodoxia de un juego hasta entonces elitista y también sobre los prejuicios sociales. Fue así como Severiano Ballesteros fue forjando su figura pública, cultivando su leyenda más allá del golf, sin olvidar quiénes eran de verdad los suyos. Para un hombre así, capaz, como lo fue Seve, de dejar una herencia humana tan grande, no hay adiós posible.