La Mutawa, la policía religiosa de Arabia Saudita, encargada de la «promoción de la virtud y la prevención del vicio», actúa contra los vendedores de camisetas del F.C.Barcelona. La razón es que esta camiseta tiene una cruz [la cruz de Sant Jordi] que los musulmanes consideran ofensiva, porque les recuerda las Cruzadas. La cruz de la camiseta del Ínter de Milán también causó las santas iras de los musulmanes turcos cuando el equipo italiano jugó un partido contra el Fenerbahçe, tras el cual cursaron una protesta ante la UEFA.
La estupidez del fanatismo ha llegado a extremos difíciles de soportar. Pero también es cierto que ha encontrado un campo abonado con la tendencia occidental, igualmente estúpida, a la corrección política. El uso de los eufemismos o de fórmulas rebuscadas para no llamar a las cosas por su nombre o para evitar supuestas ofensas ha alcanzado igualmente altísimas cotas de panfilismo. Hace unos años hasta se publicó en el Reino Unido una edición expurgada de la Biblia, alguna de cuyas expresiones se consideraban ofensivas para la mujer y para los homosexuales. Este cuidado en aparecer respetuoso hasta la ñoñez no supone en la realidad un afianzamiento de valores y principios éticos fundamentales, sino antes bien una campaña de buenismo de mercado. Este oenegenismo mercadotécnico de la sociedad global parece cuadrar bien con el fariseísmo de algunas empresas o, en el caso que nos ocupa, clubes que resignan ética o símbolos a cambio de los beneficios económicos.
Les guste o no a los musulmanes, la cruz es el símbolo de la cultura cristiana, del mismo modo que, les guste o no a los cristianos, la medialuna es el símbolo de los musulmanes. Los pueblos no tienen por qué modificar sus símbolos ni disculparse por ellos, porque si lo hacen traicionan sus propios rasgos de identidad. El deber de los pueblos es respetarse mutuamente. Las ofensas nacen de los abusos y las injusticias que cometen los fanáticos y avariciosos. [Infografía La Vanguardia]
La estupidez del fanatismo ha llegado a extremos difíciles de soportar. Pero también es cierto que ha encontrado un campo abonado con la tendencia occidental, igualmente estúpida, a la corrección política. El uso de los eufemismos o de fórmulas rebuscadas para no llamar a las cosas por su nombre o para evitar supuestas ofensas ha alcanzado igualmente altísimas cotas de panfilismo. Hace unos años hasta se publicó en el Reino Unido una edición expurgada de la Biblia, alguna de cuyas expresiones se consideraban ofensivas para la mujer y para los homosexuales. Este cuidado en aparecer respetuoso hasta la ñoñez no supone en la realidad un afianzamiento de valores y principios éticos fundamentales, sino antes bien una campaña de buenismo de mercado. Este oenegenismo mercadotécnico de la sociedad global parece cuadrar bien con el fariseísmo de algunas empresas o, en el caso que nos ocupa, clubes que resignan ética o símbolos a cambio de los beneficios económicos.
Les guste o no a los musulmanes, la cruz es el símbolo de la cultura cristiana, del mismo modo que, les guste o no a los cristianos, la medialuna es el símbolo de los musulmanes. Los pueblos no tienen por qué modificar sus símbolos ni disculparse por ellos, porque si lo hacen traicionan sus propios rasgos de identidad. El deber de los pueblos es respetarse mutuamente. Las ofensas nacen de los abusos y las injusticias que cometen los fanáticos y avariciosos. [Infografía La Vanguardia]