Uno de los serios problemas a los que se enfrenta la creación literaria contemporánea es el divorcio entre poesía y narrativa como consecuencia natural de las condiciones creadas por las reglas del mercado.
En el siglo XIX, una realidad social tensada por los intereses contrapuestos de la burguesía y el proletariado genera un lenguaje hegemonizado por la clase dominante. Ésta impone así una prosa descriptiva y unas formas argumentales que acotan dicha realidad a historias donde los personajes están condenados a repetir eternamente sus actos. Es así que el lenguaje del poder condena a la poesía a la condición de género exótico, y la narrativa novocentista, cuyas pautas se prolongan hasta el siglo XXI, clausura la exploración de las realidades situadas extramuros del paisaje social.
La última vuelta del perro es una novela que entra de lleno en esta realidad, pero su autor – Jorge Rodríguez- en tanto poeta que se rebela contra la hegemonía de la vulgaridad, hace del lenguaje su bandera. El suyo es el lenguaje marginado y del marginal elevado a la categoría de voz poética para dar encarnadura a seres igualmente excluidos de la gran prosa diseñada para el fuego de artificio y el consumo masivo. La última vuelta del perro es antes que una novela, un poema, un latido del desgarro, el desarraigo y la pérdida de quienes siempre serán los otros, porque, como dice Emmanuel Lévinas, en La realidad y su sombra, donde el lenguaje común abdica el poema habla.
La última vuelta del perro es una novela que entra de lleno en esta realidad, pero su autor – Jorge Rodríguez- en tanto poeta que se rebela contra la hegemonía de la vulgaridad, hace del lenguaje su bandera. El suyo es el lenguaje marginado y del marginal elevado a la categoría de voz poética para dar encarnadura a seres igualmente excluidos de la gran prosa diseñada para el fuego de artificio y el consumo masivo. La última vuelta del perro es antes que una novela, un poema, un latido del desgarro, el desarraigo y la pérdida de quienes siempre serán los otros, porque, como dice Emmanuel Lévinas, en La realidad y su sombra, donde el lenguaje común abdica el poema habla.