La estupidez vinculada a la religión parece haberle ganado la batalla al antibiótico de la razón. El Institut d’Estudis Ilerdencs, entidad leridana dependiente de la Diputación, ha inaugurado una exposición castrada del artista Carles Santos. La hipócrita razón esgrimida por el director Joan Busqueta es que las imágenes eran muy transgresoras, «podían herir la sensibilidad y no se ajustan a la línea de esta institución».
«Herir sensibilidades» y «línea de la institución». ¿De qué sensibilidades y de qué líneas hablan las instituciones –o las editoriales- cuando se trata de creación artística? La respuesta a esta interrogante no corresponde al orden estético sino a la idea de libertad y su relación con el ejercicio del poder.
La exposición censurada de Carles Santos es un ejemplo más del proceder de una sociedad farisea y prejuiciosa, cuyos estamentos de poder no soportan la autonomía del artista y mucho menos, cuando la obra toca las campanas de la moralina religiosa. Si una imagen de Carles Santos muestra a una mujer besando en la boca a un Cristo crucificado o un hombre simula su sexo con un crucifijo, el espectador puede sentirse escandalizado, nunca herido en su sensibilidad, no por la obra del artista sino por lo que ella le descubre. Algo que tiene que ver con la condición humana y no con la condición divina, que es una abstracción o un acto de fe.
Uno de los aportes fundamentales de Jesús a la Humanidad fue la enunciación del amor al prójimo como fundamento de convivencia armónica entre los seres humanos. Desde este punto de vista, Jesús era un hombre. Un hombre que pensaba en los hombres y, como tal, estaba sujeto a sus mismas pasiones, virtudes y debilidades. En el supuesto de haber existido, como sólo se narra en el Nuevo Testamento, Jesús era un ser de carne y hueso, y por lo tanto orinaba, defecaba, amaba -dicho en el sentido también sexual de la palabra- como los demás.
La exposición censurada de Carles Santos es un ejemplo más del proceder de una sociedad farisea y prejuiciosa, cuyos estamentos de poder no soportan la autonomía del artista y mucho menos, cuando la obra toca las campanas de la moralina religiosa. Si una imagen de Carles Santos muestra a una mujer besando en la boca a un Cristo crucificado o un hombre simula su sexo con un crucifijo, el espectador puede sentirse escandalizado, nunca herido en su sensibilidad, no por la obra del artista sino por lo que ella le descubre. Algo que tiene que ver con la condición humana y no con la condición divina, que es una abstracción o un acto de fe.
Uno de los aportes fundamentales de Jesús a la Humanidad fue la enunciación del amor al prójimo como fundamento de convivencia armónica entre los seres humanos. Desde este punto de vista, Jesús era un hombre. Un hombre que pensaba en los hombres y, como tal, estaba sujeto a sus mismas pasiones, virtudes y debilidades. En el supuesto de haber existido, como sólo se narra en el Nuevo Testamento, Jesús era un ser de carne y hueso, y por lo tanto orinaba, defecaba, amaba -dicho en el sentido también sexual de la palabra- como los demás.
Esto significa que el respeto que debemos a su figura no excluye que podamos imaginarlo o representarlo con la verdad orgánica de su condición humana. En este sentido, lo que molesta o hiere, quizás, de la obra de Carles Santos es la desacralización que hace de la religión al mismo tiempo que humaniza a profetas y creyentes.[Imágenes de la exposición Crits de Crist al Crist de crits (Gritos de Cristo al Cristos de gritos), de Carles Santos, publicadas por El País]