Cuando una persona educada –sea rey o mendigo- estalla con un «cállate» es porque ya se han rebasado los límites de lo tolerable y el exabrupto tiende a instalarse en el monólogo con ínfulas de diálogo. La urbanidad, el respeto a las formas y la consideración del otro constituyen la base fundamental del entendimiento entre los individuos y los pueblos.
Individuos como el señor Chávez no aportan en este sentido un «nuevo lenguaje», como dicen algunos seudo progresistas latinoamericanos, sino que ponen-imponen la verborrea populista y maleducada del lumpen. Del mismo modo que los Aznar, los Rajoy, los Acebes, los Zaplana y los batasunos, Chávez -híbrido de Perón y Castro-, habla para sí mismo y para sus seguidores consagrando un tipo de autismo sectario.
América Latina no necesita telepredicadores verborreicos, sino hombres educados y honestos que sirvan de ejemplo a esa masa de pobres y marginados que caracterizan el paisaje humano del continente. América Latina nacesita hombres justos capaces de crear las condiciones para el trabajo y el bienestar de sus pueblos y de evitar que las fuerzas depredadoras, cualesquiera sean las formas que adopten, no vampiricen las riquezas propias.
Los dirigentes latinoamericanos están en su legítimo derecho de denunciar la neocolonización económica que sufren sus naciones, pero también tienen la obligación de mirar quienes en sus países abren las puertas a las multinacionales, y por qué sus habitantes no pueden o no son capaces de prosperar rentabilizando las riquezas naturales. En el caso de Venezuela, los ingentes ingresos que produce el petróleo parecen no ser suficientes para reducir la pobreza de quienes, precisamente, apoyan al caudillo que les soba la badana.
El Rey no estuvo soberbio espetándole a Chavez «¡¿por qué no te callas?!» (aunque quizás debió decir «¡¿por qué no dejas hablar?!»), sino que fue éste con su conducta barriobajera quién restó dignidad al cargo que ostenta. El presidente Rodríguez Zapatero actuó como un hombre templado y educado no tanto por defender a Aznar, como por exigir respeto en el trato entre iguales. [Ilust. Antonio Tello por Dante Bertini].