
El maestro Mo, filósofo chino que vivió entre los siglos V y IV a.C., escribió en su Política del amor universal que «si alguien entra en huerto ajeno y roba melocotones o ciruelas, todos cuantos se han enterado lo reprueban. Y, si el gobernante es informado de ello, le castiga. ¿Por qué? Porque se ha beneficiado a sí, perjudicando al vecino. Si lo que ha robado a sido un perro, un cerdo, una gallina o un lechoncito, su injusticia es mayor que la de haber entrado en el huerto y robado melocotones o ciruelas. ¿Por qué? Porque el mal causado al prójimo ha sido más cuantioso y mayor la falta contra la caridad y su delito más grave [...] Los reyes que gobiernan el mundo lo saben y lo reprueban calificándolo de injusticia. Pero una cosa mucho mayor, el atacar a otro estado no lo reconocen por malo sino que lo alaban y lo juzgan justo. ¿Se puede llamar a esto saber distinguir la justicia de la injusticia? Asesinar a uno se califica de injusticia e, indefectiblemente, se castiga con la muerte. Según esto, matar a diez será un crimen diez veces mayor y merecerá ser castigado con diez penas capitales. [...]. Ahora bien, al tratarse de una injusticia mucho mayor, la de atacar a otro estado, no lo reconocen por malo, sino que lo elogian y lo juzgan una acción justa. En verdad, ignoran que sea una injusticia y escriben sus hazañas guerreras en memoria para las generaciones futuras.».